Un artículo de opinión del diario La Nación de Argentina destaca que lamentablemente la cultura latinoamericana no se expande sobre la región como debería, salvo la comunicación de masas. Para revertir esta situación, propone un canal latino, a cargo de una sociedad civil sin fines de lucro ni políticos, que promueva contenidos en español y portugués, los dos idiomas más importantes de la región, obviamente ambos subtitulados. De esta forma sería posible un intercambio de información entre países vecinos, a cargo de un canal objetivo, plural y democrático, que respete las diversas opiniones. Información publicada por el diario La Nación (Argentina).
Hay una canción brasileña que dice: «Brasil no conoce a Brasil».
Ese verso de Acuarelas de Brasil , de los compositores Mauricio Tapajós y Aldir Blanc, se volvió un lugar común. Prendió. Y reaparece cada vez que alguien quiere puntualizar el hecho de que los brasileños conocen poco su propia tierra. Un verso similar podría ser adecuado para todos los latinoamericanos: América latina no conoce a América latina.
Si exceptuamos a los ídolos del fútbol, a una que otra estrella pop -a la que el showbiz prácticamente despoja de su característica latinoamericana- y a algún dirigente político destacado, ¿cuántos latinoamericanos son profetas en su tierra? Esto es: ¿cuántos tienen prestigio en todo el continente latinoamericano? ¿Pueden los argentinos, mexicanos, colombianos y venezolanos decir que conocen realmente la cultura de sus países vecinos? ¿Qué saben de la historia, la literatura, la música, la danza, el teatro, el cine y la gastronomía de sus hermanos?
Gabriel García Márquez está entre las poquísimas excepciones. Es reconocido tanto de este como del otro lado del Atlántico. Ganó un Nobel. Se hizo popular: es un best-seller. Pablo Neruda obtuvo una notoriedad similar, en parte gracias al cine y a la televisión. Pero ¿cuántos colombianos oyeron hablar de Jorge Luís Borges? No es necesario hacer una investigación minuciosa para descubrir que poquísimos peruanos, ecuatorianos y guatemaltecos oyeron hablar alguna vez de uno de los más grandes escritores de la Argentina de todos los tiempos.
En América latina, fuera de los circuitos académicos, periodísticos y literarios, ¿cuántos leyeron a Octavio Paz, a Gabriela Mistral, a Mario Benedetti, a Augusto Roa Bastos, a Julio Cortázar? Indudablemente, pocos.
La gran mayoría conoce el México de las telenovelas, el Chile de Portillo, el Uruguay soleado de Punta del Este y la Argentina del tango y los bifes de chorizo de Buenos Aires. No hay nada malo en que los latinos conozcan la llamada cultura de masas o los puntos turísticos destacados de sus vecinos, pero, ¿la cultura de masas es, efectivamente, un buen espejo de la verdadera cara de América latina? ¿No se trata de una forma limitada de acceso a la cultura de los demás herederos de la colonización ibérica?
Los medios de comunicación de masa, en toda América latina, se han dedicado a difundir la cultura de masas, con raras excepciones.
Cumplen con su papel y, generalmente, lo hacen muy bien. Pero queda un espacio vacío, el espacio de las otras formas de cultura, como la cultura popular y la cultura erudita.
¿Dónde y de qué manera se han manifestado estos espacios fuera de sus países de origen?
Es muy probable que en todos los países latinoamericanos ni siquiera la élite ilustrada conozca la cultura que se forja en América latina. ¿Qué decir de la población analfabeta, semianalfabeta o analfabeta funcional? ¿Qué decir de los artistas que no ven a sus vecinos en la TV, en las películas, en la radio, en los diarios?
Existen esfuerzos. Gobiernos, ONG y organizaciones internacionales promueven, siempre que les es posible, encuentros de cultura: ferias, seminarios, festivales de cine, mesas redondas, espectáculos.
Se trata de acciones loables, necesarias, imprescindibles, pero particulares. No dan cuenta de la infinidad de manifestaciones culturales de este subcontinente. No tienen el poder y la fuerza de los medios de comunicación de masas. Los pasos de aproximación siguen siendo tímidos y avanzan lentamente. Y América latina sigue sin conocer a América latina.
En ese contexto se manifiesta la necesidad de un canal de televisión exclusivo para América latina. De manera ideal, debería ser una iniciativa de la sociedad civil, sin fines de lucro ni políticos, que promoviera contenidos en portugués y español, los dos idiomas más importantes de la región (subtitulados ambos). Eso contribuiría, sin dudas, al acercamiento de las dos lenguas hermanas.
Un canal latinoamericano, originada por la sociedad civil, tendría el mérito de trabajar con una comunicación de doble mano, esto es, de posibilitar realmente el intercambio de informaciones y comunicaciones entre países vecinos y ser objetivo, plural y democrático, respetando las opiniones y las diversidades de todos los países.
El camino para la integración regional debe pasar por el descubrimiento -hecho con genuino interés- de la realidad de los países vecinos. La poca distancia física entre ellos puede ocultar un abismo cultural aparente que hace que Bolivia parezca más distante de Ecuador que ambos de los países europeos o norteamericanos, con los que estamos más familiarizados por la interacción con los contenidos mediáticos. Se puede salvar esa deficiencia simplemente por medio del estímulo de lo que, convencionalmente, se ha llamado «diversidad creadora», la suma de realidades culturales a veces distintas, pero que se suman para contribuir con el engrandecimiento humano.
Evidentemente, América latina está lejos de formar un continente integrado. Sin embargo, sólo cuando se logre incorporar la idea de que es posible agregar valor basado en la diferencia que distingue a unos de otros, se podrá hablar de una América latina única. Hasta entonces, la comunicación de masa y en particular la televisión, como ocurrió en América latina, constituye el medio más efectivo para la integración real de la «nación latinoamericana».