Por Germán Yances

En los últimos días la Comisión Nacional de Televisión ha tenido dos ideas, una muy buena y una muy mala. La buena es crear la Oficina de Contenidos, porque finalmente el contenido es la razón de ser del servicio público de televisión. Era inconcebible que esa función hubiera sido considerada históricamente como una tarea menor y que la entidad estuviera dedicada por completo a manejar el negocio de los particulares.

La idea mala, pésima, ha sido crear una Defensoría del Televidente adscrita a esa entidad y que por tanto tendrá carácter oficial. La CNTV es la instancia sancionatoria de la televisión, mientras que las defensorías del televidente forman parte de los mecanismos de autorregulación y de control social.

Por eso, preocupa que la autoridad oficial de la televisión, además de su facultad sancionatoria, se inmiscuya de esa manera en el ámbito privado para apoderarse de un mecanismo de autocontrol, suplantando a la vez a la sociedad civil.

Sin duda, los televidentes requieren una instancia que los defienda del gran poder de la televisión, y esa es la capacidad sancionatoria de la CNTV. Lo otro son mecanismos sociales de autorregulación para trabajar una simetría entre el poder de los canales de televisión y los derechos de las audiencias.

Hace un tiempo pasó por la cabeza de la CNTV la idea peligrosa de dictar un código de ética para los canales de televisión, pero rápidamente fue desechada porque alguien entendió que eso amenazaba censura.

Por eso, es cosa de temer que ahora la CNTV haya decidido crear en esa entidad una coordinación de defensorías del televidente. ¿Acaso un orangután con saco de leva?

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