Por Mario Morales

No termina de cuajar la imagen de Santos como “presidente de las regiones”, que fue el objetivo trazado con sus visitas a ocho zonas del país en los dos últimos meses. (Publica El Espectador)

Y debe ser porque la imagen mediática que ha construido, y en la que mejor se siente, es entre cuatro paredes, más si esas cuatro paredes son un palacio, como el de Nariño, por ejemplo.

Y es que no hay coherencia ni correspondencia entre los relatos que quieren armar el primer mandatario o sus asesores, y el entorno de los mismos. Para hablar, por ejemplo, de la disminución de la pobreza, escogió, de manera miope, un conversatorio. Adivinen dónde. Sí, en la Casa de Nariño.

El argumento de las cifras exhibidas en medio del confort palaciego queda neutralizado con las encuestas a boca de jarro que tiene la gente que vive o ve en la calle que aún hay 13 millones de personas que viven bajo la línea de pobreza. Para no hablar de pobreza extrema.

En esos relatos se le ve un día con un homólogo en medio del ritual de boato, y otro, acompañando a James en la tribuna de un estadio donde juegan al fútbol 22 extranjeros.

Y cuando aparece en exteriores, se ve ataviado de prendas impecables con colores vivos a la moda, fuera de sintonía con el pueblo (cuando hay pueblo) que lo rodea.

Lo mismo pasa cuando habla de paz, detrás de un atril o delante de funcionarios que parecen tenerlo a buen resguardo, más si visten de camuflado. O cuando habla de la crisis hedionda de la justicia…

Aún se le presiente como un presidente distante en momentos en los que el ciudadano del común necesita un líder en campaña permanente por la reconciliación, y en los que el proceso requiere pasar de likes a apoyos tangibles.

Ya va siendo hora de que el presidente se olvide del peinado, los maquillajes y los vestuarios de su afectada imagen publicitaria. Que se baje del pedestal y emprenda su labor pedagógica. De este lado de la calle, como si fuera de los nuestros.

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