Sería grosero por obvio compararnos con El juego del calamar, la exitosa serie de la que tanto se habla y talvez se vea. Acaso seamos su secuela, su mundo paralelo ahora que se agita el cañaveral y permite vernos con todas nuestras miserias.  (Publica El Espectador)

Sobrevivimos, es cierto. Unos más que otros, como en toda sociedad desigual. Más ahora que se inician los juegos de eliminación en que se han convertido nuestras contiendas electoreras, sin ley ni garantías, con manzanillos endeudados hasta el cuello y consecuencias fatales si no ganan. Quizás por ello perdieron el pudor y las formas y se dejan ver con crudeza o se destapan quienes conciben la campaña como su finca y al resto de mortales como súbditos.

Por eso quieren cambiar el censo electoral, por si acaso. Por eso presionan cómo votar a los que no saben a qué van al Congreso; es un decir, lo saben mejor nadie; lo ignorábamos nosotros. Por eso quieren terminar de cooptar las Cortes y desviar la mirada hacia el país vecino, tan parecido en sus métodos al nuestro.

Como el calamar, segregan bilis negra para enturbiar la corriente. Por eso infestan de rabia cada mensaje.  A veces, solo falta una palabra. Expropiar es el nuevo coco, peligro inminente por unas horas, mientras encuentran otro pretexto en la basura de sus tremedales.

Expertos en las mañas de atajar, como el calamar, lanzan chorros de agua para inflar y desinflar globos. Con encuestas, portadas, trinos y bodegas, totalitarios como son, combinan todas las formas de lucha, para quedarse flotando donde están, adhiriendo sus tentáculos.

Y eso que esto no ha empezado, dicen sotto voce, mientras se inventan nuevas tandas de juegos, con dos o tres pre-primeras vueltas, a ver si de donde menos esperan salta la liebre. Por eso no dan descanso. Desmomifican precandidatos o maduran inexpertos a punta de prensa, berrinches, malos entendidos y miedo.

Siguiendo ese otro juego de la saga, el juego de la Sepia, nos entretienen como niños castigados en un sótano, mientras mezclan diferentes géneros para que no sepamos qué es ficción y qué es lo cotidiano

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