¿Era esta la nueva normalidad?

Por Mario Morales

Nunca imaginamos que la nueva normalidad iba a ser esta, la de los más de 500 muertos diarios sin que nadie, salvo sus deudos, pestañeara. Suspirar, persignarse, mirar para otro lado y olvidarse cada noche de esa cifra, que sube o baja como la cotización de una divisa. Un albur, un juego de azar permanente para contagiarse, hospitalizarse, ir a urgencias o a camas UCI. En Bogotá quedan pocos boletos. (Publica El Espectador)

Esa normalidad de los desaparecidos. Que son 91, dice el reporte oficial, por lo tanto incompleto. Pero no son tantos, truenan los indolentes en las redes. Sin contar otros 135 sin mayores datos. Desaparecidos entre los desaparecidos. Todo pasado fue peor, remilgan algunos en busca de consuelo.

Esa normalidad de muertes violentas en las calles, heridos, golpeados, ojos perdidos y sangre derramada. De los bloqueos, de las refriegas, de los estruendos como un telón de fondo, como una banda sonora a la que las ciudades se han ido acostumbrando mientras van de compras, comen helado y golpean en las puertas de los bares.

Esa sordina de los mendicantes, los rebuscadores, los debutantes que ensayan frases para conminar a la compasión, de los veteranos de mil crisis esperando las migajas, en medio de la insensibilidad, los audífonos a todo volumen o la cruel indiferencia.

Esa normalidad de los grafitis y las pancartas en los días, y muros blanqueados, hipócritas y censurados en las noches. De los pretendidos nuevos uniformes para disimular conciencias y maquillar a brocha gorda los desmanes y oprobios.

La de las arengas reclamando justicia, opacadas por los gritos de gol de una selección que dejó de serlo el día que traicionó el sentimiento nacional para sacar a un técnico y vuelve a hacerlo cada vez que patea hinchas con su silencio inexplicable.

Esa nueva normalidad que ahora empieza, sin que nadie entienda cómo ni por qué, en medio de este olor creciente a muerte, sangre y miseria que nadie quiere percibir con sus múltiples tapabocas, que les hacen creer que no están contagiados solo porque nunca tuvieron olfato.

Procrastinando


Nunca van a ser una mala noticia una tregua o un cese unilateral del fuego por más cortos o repetitivos que sean.

Ya sea por la posibilidad inmediata de salvar vidas o por la tranquilidad temporal que suscita, el anuncio del Eln se traduce en una pequeña luz de esperanza en estas festividades para los habitantes de su zona de influencia.

No obstante, estos gestos, que antaño fueron entendidos como cuotas en el proceso de ganar confianza con las autoridades y de generar corrientes de opinión favorables, han ido perdiendo fuerza y significado.

No tanto, claro está, para que sean recibidos con tal displicencia, como lo fueron, por el presidente Duque. Es cierto que a esa guerrilla le falta dar pasos más convincentes en relación con el secuestro, por ejemplo; pero recibir con cajas destempladas el anuncio, con el pie de página de que los líderes elenos siguen sentados a la mesa en Cuba, es miope y reiterativo en ese aburrido y peligroso juego de ajedrez en que andan Gobierno e insurgencia.

No se trata de pedirle contraprestación a la fuerza pública en el mismo sentido, sino de liderazgo y claridad del Ejecutivo, como lo pide la Comisión de Paz. Sobre todo, ahora que fue prorrogada por otros cuatro años la ley de orden público que le permite al presidente retomar los diálogos y hacerse a la iniciativa de manera perentoria, en la idea de que cada día que pasa va en contra del proceso y contra los ciudadanos que están en medio.

Tienen razón quienes mantienen prendidas las alarmas por la cooptación de espacios que antes fueron de las Farc, pero también porque, mientras siga vigente, el Eln será una opción preocupante para quienes se desmovilizaron y afrontan el incumplimiento gubernamental de los acuerdos firmados hace dos años.

Sorprende ver la diligencia del Gobierno en asuntos que no son urgentes como el proyecto de las TIC, en contraste con su ya proverbial procrastinación en temas importantes como el de la paz que no se termina de consolidar.

No podía ser peor

El único hueco en el sector fiscal, por ahora, parece estar en la idoneidad de los funcionarios a cargo de las finanzas del país.

Más que preocupante, ha sido bochornoso el desgaste por los tiros al aire por parte de quienes, se creía, estaban preparados para guiar al país en materia económica.

Comenzando por el espejo retrovisor, presente en cada patinada del nuevo Gobierno. No solo le mintieron a la opinión pública instalando en el imaginario ciudadano esa falsa etiqueta, pues el tal hueco fiscal nunca existió, sino que montados en ese enclenque caballo de batalla quisieron incrementar presupuestos a gusto y capricho en cada cartera, contradiciendo la falsa promesa de campaña de que no tocarían el IVA.

Desde entonces comenzó este tortuoso camino de propuestas, contrapropuestas, adendas, modificaciones y otrosíes a la desnaturalizada reforma tributaria, rebautizada con el nombre de ley de financiamiento, que hoy no es más que un esperpento con respirador artificial.

En esos ires y venires no solo han jugado con el estado de ánimo de los colombianos, crispado por la intención de gravar toda la canasta familiar, o de empresas e inversionistas que no saben a qué atenerse, sino con la agenda de inversión social que está a la espera de un guiño para arrancar o continuar en 2019.

A lo inviable de propuestas hechas por aprendices o técnicos, como si estuvieran experimentando en un laboratorio, como la devolución del IVA o la limitación al IVA descontable (que presuntamente viola tratados internacionales), solo para citar los palos de ciego más recientes, se suma la creciente oposición a una reforma hecha a tijeretazos, improvisada e irresponsable, como quedó demostrado en la redacción de la malhadada ponencia, puesta contra las cuerdas por la premura para ser agendada.

Como pasa en otros sectores, la incertidumbre y la indecisión no solo van en contra de la imagen gubernamental, que es lo de menos, frente a la desazón por falta de presupuesto y especialmente por el mensaje contradictorio y de animadversión que le queda a la población después de tanto despelote.

Vivir para creerlo

No olvidará el presidente Santos ésta, la semana en la que se le alinearon los astros, como no pasaba desde hace casi un año, con motivo del Nobel. El golpe al cartel del Golfo, con la muerte de alias Gavilán y la consecuente intención de entrega de los capos que quedan; el acuerdo de cese del fuego bilateral y temporal con el Eln y la visita del papa son puntos incuestionables a favor de su desangelada imagen. (Publica El Espectador)

Pero no es todo. Esas coyunturas con todo y la esperanza que encierran, le hablan a gritos al país, sobre todo a sus extremas, del período de fatiga de los guerreros de todos los orígenes y de los ciudadanos que los soportaban inermes.

Es, y perdónenme el inusual optimismo, un momento soñado de nuestra historia reciente. Nadie puede decir que esperaba tal confluencia de sucesos afortunados, como ver a la Farc, aun en medio de tumbos y contradicciones, apostarle al debate político con las reglas de la institucionalidad; o al Eln aceptando por primera vez en su historia un cese del fuego, incluyendo secuestro y voladuras, aun en medio de la incertidumbre de los diálogos que se gestan amenazados por la interrupción o el aborto, al socaire del resultado de las elecciones venideras, y cuya única apuesta parece ser dejarlo tan adelantado que nadie se atreva luego a desmontarlo, por sentido común o tacto político.

O a presenciar al hasta hace poco indomable y soberbio cartel del Golfo bajando la guardia y pidiendo negociación. Sí, vivir para creerlo…

Y para redondear la faena, contar con el decidido apoyo a la paz y a la justicia social del más carismático de los líderes globales de la actualidad, el papa Francisco. Si una pizca de su prédica y de su ejemplo cae en buena tierra del crepitante espíritu nacional, esa paz imaginada será de veras irreversible.

Es la otra cara de este país desmesurado que no obstante el momento actual, o precisamente por él, no olvida que es hora de la justicia y, por ende, de enfilarse contra todos los corruptos, origen de todos nuestros males.

Modelo para armar

Por Mario Morales

Desde afuera puede parecer interesante, pero desde acá, entender o explicar la realidad colombiana suele ser agobiante.
Cómo explicar, por ejemplo, que el de las TIC sea el ministro con mejor imagen del muy mediocre gabinete de Santos, según encuesta del Centro de Consultoría. Y no es que haya otro que merezca estar por encima de ese sorprendente 58 % a favor de David Luna, a quien se le concibe en el sector como una figura ausente, de paso, en busca de otras “dignidades”, de los que “saben hacer fila”, sino que su labor ha sido gris, ambigua y sin mayor incidencia nacional. (Publica El Espectador)

O cómo entender el despliegue al programa de “gobierno” del entrante fiscal Néstor Humberto Martínez, como si quien resultara elegido para dirigir el ente acusador fuera la cabeza del poder Ejecutivo y no un funcionario con dos roles específicos: disminuir el delito, la impunidad y la corrupción a sus justas proporciones, y devolverle a la figura de fiscal el talante serio, silencioso y efectivo con el que se soñaba hace 25 años.

Y cómo comprender el mal llamado incidente entre Fuerza Pública y Farc en Uribe, justo cuando el proceso de diálogo pasa por el momento más frágil frente a factores externos, así la dinámica interna de la mesa sea la más sólida en estos casi cuatro años. Inexplicable cómo las dos partes dan papaya en los hechos y en las declaraciones, a sabiendas de que las disidencias, sobre todo las más oscuras, están agazapadas a la espera de que los procesos formales —como el fallo sobre el plebiscito o la refrendación misma— hagan agua para dar los zarpazos que impidan el acuerdo.

Quizá las razones residan en la misma fuente donde nacen la imagen favorable de Uribe, la resonancia a los descaches del procurador, el voto de los mayores de 35 años por Peñalosa, las largas que se le han dado al paro camionero o la terquedad de Óscar Iván Zuluaga y Pacho Santos de querer estar en el partido donde los desprecian… Todo un modelo para armar.

Malos negociadores

Por Mario Morales. Si algo queda claro en estos 70 meses de gobierno de Santos es que ser hábil en política no es sinónimo de ser eficiente negociador. Contrasta la aplanadora de la Unidad Nacional, a la hora de los tejemanejes y aprobaciones, con la ya probada ineptitud —a veces fruto del desgreño o la soberbia— del Gobierno cuando se trata de procesos de toma de decisiones como los que están en el origen de los paros que se vinieron encima. (Publica El Espectador)

Hemos dicho hasta el cansancio que el talón de Aquiles de Santos es la comunicación y toda negociación es antes que nada un proceso de comunicación. A cambio de planeación estratégica lo que se percibe es displicencia, tardanza e improvisación en los asuntos que tienen que ver con la población.

Que una de las causas de la protesta de campesinos, indígenas y transportadores, más los que vienen, sea el incumplimiento, habla de carencias en seguimiento, ejecución, rendición de cuentas e interacción con las comunidades en crisis.

Cierto es que a la paquidermia institucional se suma un Gobierno rehén de sus apuestas y tiempos. Como también lo es que conocida su debilidad en el margen de maniobra, ha habido quienes quieren aprovecharse con fines desestabilizadores o con presiones rayanas en el chantaje.

Pero es un contrasentido por donde se mire. Ad portas de recurrir a las gentes para validar lo acordado en La Habana, el esfuerzo del Gobierno debería estar centrado en negociar sus solicitudes y en sintonizarse con sus anhelos, y no embarcado en peleas mediáticas para deslegitimar los movimientos sociales; peleas perdidas de antemano, sobre todo cuando se incremente el desabastecimiento de alimentos y vengan las alzas.

Eso sí, que no nos vengan después con el cuentazo de que la inflación, la disminución en el crecimiento económico y el desempleo son culpa de los fenómeno del Niño o la Niña.

Moraleja: Si algo ha logrado el uribismo es desconcentrar al Gobierno, desgastarlo y forzarlo a esos errores recurrentes.

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