Por Mario Morales
Se nos cae la estantería. Pocas cosas van quedando en pie de aquellas que alguna vez nos permitieron mirarnos como prójimo, como sociedad y como país.
Los pilares del establecimiento en todos sus órdenes se han ido desmoronando en serie, como cumpliendo una cita o una condena. 2015 será recordado por el resquebrajamiento de muchos cabos que otrora fueron bastiones de nuestras certezas, autoestima y hasta de orgullo. (Publica El Espectador)
Lo que está pasando en las cúpulas de la justicia, Policía y fútbol no son solamente indicios de la hecatombe moral que hoy nos define más que una huella dactilar, sino semilla del virus letal para el sueño de humanidad y de nación que una vez tuvimos.
Esos escándalos sobrepasan los límites del entorno en el cual ocurren porque arrasan a su paso maloliente nada menos que con el derecho, la seguridad y el sano entretenimiento en esta época de escaseces. ¿A quién o qué recurrir, entonces?
La justicia, politizada y corrupta vive su peor hora. La violencia estúpida ya nos había alejado de los estadios, ahora los manejos oscuros y las acusaciones de ida y vuelta en la rectora del fútbol y algunos de sus clubes, como pasa con Santafé, nos distancian del deporte mismo, del viejo reducto de ser hinchas.
Y el hedor en la Policía nos recuerda los peligros del poder y los uniformes al servicio de las más bajas pasiones humanas, pero entraña un daño más grande y devastador del cual ya tuvimos noticia este año: el espionaje y las interceptaciones criminales, porque atentan contra la libertad de expresión, censuran de manera flagrante y destruyen la utopía democrática de internet y de la tecnologías a causa de su rampante y probada vulnerabilidad.
Por eso, al cierre del año es inevitable sentirse más frágiles, más indefensos y más desamparados que nunca.
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Moraleja: Se entiende entonces que el virus de la desconfianza, encarnado en 48 millones de compatriotas, esté nominado a personaje del año.