Por Mario Morales
El problema es el diagnóstico. Culpar a Facebook por informaciones falsas y engaños es señalar al sofá de la infidelidad, así como acusar a cibernautas de su culiprontismo en redes sociales es buscar el ahogado río arriba. Síntomas a priori que llevan a medicaciones contraindicadas como las que ya están aplicando, al decir de The New York Times, gobiernos de Indonesia y África, que se reducen al prohibicionismo que genera más consumo. (Publica El Espectador)
Las redes generan reconocimiento, identidad, conexión y adicción si satisfacen demandas de historias reales o ficticias. Allí, el consumo de contenidos es vertiginoso, desprevenido y, si se quiere, irresponsable en la medida en que los usuarios bajan las defensas en busca de entretenimiento, servicios y, si acaso, información, no ya para gestionar sus vidas afuera, sino para generar conversación pública, experiencia de usuario y goce virtual.
No basta con recomendar al usuario, como propone Wilson Vega, en El Tiempo, “medios de verdad”. Como tampoco la alternativa de apagar el TV o cambiar de canal para huir de contenidos inapropiados, desconociendo su carácter emocional, pleno de claves para vivir (y hablar de) la vida en comunidad. Ojo: vivimos los rigores del maniqueísmo. No es ingenuidad, también hay voluntad.
¿Cuáles son los medios de verdad? ¿Los que mimetizan el infotenimiento validos de falaces métricas de audiencia? ¿Los que gradúan de fuentes legítimas a Twitter, Facebook et al? ¿No son esas prácticas del cotarro de pasillo y del “radio bemba” de siempre? ¿No es el periodista de hoy consumidor voraz, y sin vacuna, de esos mismos contenidos virales? ¿No es cansancio o aburrimiento?
Más que distancia o sanciones, lo que usuarios y periodistas requieren es alfabetización para su uso gozoso y responsable. Ni los medios sociales son el pandemónium ni muchos de los medios tradicionales son ejemplo de verificación.
Urgen audiencias críticas que descontaminen esta época mal llamada de “posverdad”. Como desde el comienzo, y aquí coincido con Vega, hay que entrenarse para enfrentar el engaño, sin perder el paraíso terrenal.