Por Mario Morales
De todo le hemos dicho a este pobre año que agoniza: que el año de las mentiras, de la rabia, del engaño o de la posverdad como eligió el diccionario Oxford, o como quiere hacerlo la Fundación del español urgente, Fundeu, con una preselección de 12 palabras que sinteticen estos 366 días delirantes, confusos y bipolares. (Publica El Espectador)
Si bien algunos de esos términos escogidos ayudan a resumir el 2016, como populismo, LGTfobia, abstenciocracia o bizarro (sinónimo de raro o extravagante), otros etiquetan la época que padecemos: valga citar el de ningufoneo, que es la manía de despreciar al que está en frente por privilegiar el dispositivo móvil; o el de vendehúmos, para calificar al que promete por vicio, o el de cuñadismo, para significar al que posa de saberlo todo para imponer lo que piensa.
Más brevemente, podría decirse que fue el año del no. No sólo por la respuesta ciudadana a convocatorias políticas innecesarias, sino por la actitud generalizada de la raza humana de negarse al cambio. Siempre será más fácil oponerse. Las mayorías parecen estar de lado de lo malo conocido que lo bueno por conocer. Zona de seguridad que llaman.
En el año de la emoción y de las creencias redescubrimos que la gente prefiere el orden a la libertad; la seguridad al libre albedrío; la mano fuerte a la incertidumbre de las mayorías. Nada nuevo, por supuesto; la diferencia es que dejó de ser vergonzante, por temor a las jaurías racionalistas, para manifestarse abiertamente.
Ha sido un año de ruptura; de la información para ser libres entramos sin rubor a la noticia deseada, como la llamó Wiñaski, la que queremos escuchar sin importar su porcentaje de verdad.
En fin, un año distópico. Lo malo es que nos movemos en término antiéticos y contrarios al de una sociedad soñada. Lo rescatable es que por fin estamos reconociendo lo que somos, con todas nuestras miserias. De ahí en adelante todo es ganancia.
Moraleja: Para todos un mejor año pleno de bendicione