No faltará quien eche todo en la misma canasta de la xenofobia y revuelva. La culpa es del escaneo informativo, impregnado de levedad y vértigo, que hoy despliegan las redes sociales para que todos los usuarios se crean a tono con la actualidad y, en consecuencia, con el sagrado derecho a opinar con el mismo rasero. (Publica El Espectador)
Una cosa es la estulticia mayúscula de un aprendiz de político como Donald Trump, acostumbrado a ganarse la vida con escándalos y provocaciones, esta vez dirigidas a las filas más sectarias de su país, que no a los mejicanos. Señalar a ‘los manitos’ como responsables de los problemas estadounidenses es insostenible, inaceptable y falto de razón. Pero ese no es el punto. Busca hacerse notar en esta sociedad del espectáculo. Loable la reacción de las empresas mediáticas con capital o espíritu mejicanos que dejan la zona de confort y arriesgan pérdidas. Eso es coherencia.
Otra cosa es la ya automática y pueril reacción nuestra por el video en el que una actriz chilena se burla de las colombianas; su objetivo no es la ofensa ni la discriminación, si acaso la burla. Si por algo deberíamos protestar es por el mal gusto y simpleza. Detrás, no obstante, pueden caber imaginarios de envidia o admiración por la preferencia de la mano de obra nuestra, frente al trabajo de los chilenos especialmente en zonas mineras como Antofagasta.
Y una muy distinta (así la sicología también llame xenofobia a la aversión a “lo desconocido”, no solo a lo extranjero) es la resistencia de una parte de los generales en retiro de las fuerzas armadas a la forma como avanzan los diálogos en La Habana. Su desconfianza con los oficiales activos, con su máximo jefe, el presidente Santos, ya raya en la tozudez y el sectarismo.
Lo que sí tienen en común esos tres revulsivos es que en el redil de pasiones caen los más ingenuos, los obcecados, los que no quieren debate sino reafirmación de sus creencias. Así comienzan los patrioterismos que derivan en fanatismos…