Por Mario Morales
Como si fuera poco con el invierno que contradijo pronósticos y tradiciones decembrinas de soles y calores, se nos vino encima el chaparrón de fríos baldados que aguaron el inicio de estas fiestas pero sin hacernos caer en cuenta de que no avanzamos como sociedad porque perdimos el sentido de las proporciones. (Publica El Espectador)
El medio centenar de quemados con pólvora; las tres decenas de muertes en accidentes de tránsito, con presencia de alcohol en conductores; las 1.300 riñas y dos heridos con balas perdidas en Bogotá e incremento en otras ciudades durante el puente, no sólo hablan de lo poco que significan para el colombiano la vida e integridad de los otros, sino del estruendoso fracaso, por insuficiente o inexistente, de la política social; la falta de pedagogía y de memoria ciudadana.
Habrá que entender que cuando alguien asocie la identidad colombiana con festividad, suma también imprudencia y alcoholismo, los rasgos distintivos que afloran cuando celebramos en familia.
Y todo ello reforzado por un aparato de justicia que también parece haber perdido el sentido común. Absurdo que un conductor acabe con la vida de cuatro personas, huya del lugar, se le dé detención domiciliaria y que de ñapa se diga que no representa peligro para la sociedad.
Esa pérdida de relación con la realidad se hace extensiva a quienes premian desafiantes a uno de los constructores del trágico conjunto residencial Space en Medellín.
Tampoco cabe en la cabeza que para tomar medidas tributarias el Gobierno tenga que reunirse antes con los empresarios, y ceda a presiones con una reforma que no los moleste. Para no hablar del nuevo remedio presidencial para enfrentar la inseguridad: el curso rápido antirrobos vía internet…
Necesitaremos más que aguaceros, voces airadas en redes sociales y gritos en plantones para despertar a esta sociedad desproporcionada, desde ya inmersa en el modo rumba y animación.