Por Mario Morales
Si fuera por los anuncios del gobierno, habría que extender las festividades de mitad de año por un tiempo imprudencial, habida cuenta del crecimiento de la pandemia sin que parezca importarles. (Publica el Espectador)
Calificar de victoria para Colombia el nombramiento de Sergio Díaz-Granados como presidente de la CAF no solo es exageración propia del mundo burócrata, al que gentilmente perteneció el presidente Duque durante tantos años, sino manido y deficiente manejo patriotero por un logro, que sería estrictamente personal, de no ser porque allí intervino hasta la secretaría de presidencia.
Tener presidente en la CAF, en segundo orden con respecto al BID, le sirve al país para exactamente lo mismo que sirvió la presidencia de Luis Alberto Moreno en esta entidad durante tres lustros: Para nada, salvo para el dudoso honor de los amigos que ahora lo serán más en busca de un puestecito, en caso de que acá no suene la flauta por el errático manejo de nombramientos, que con tanta metida de pata se convirtió en impronta nacional.
Con igual regocijo, las redes de Palacio estaban exultantes porque seremos, en diciembre, sede del Congreso mundial de Derecho, así en singular, como les gusta, esto es, leyes y articulados, pero distanciados del compromiso que el presidente estadounidense y los mismos ciudadanos exigen para el ejercicio pleno de derechos humanos en nuestro territorio; compromiso que como se supo, este gobierno transliteró, al cabo de la charla con Biden, en contravía de las petición preferencial hecha por este último.
Y para comenzar a ambientar el próximo intento de reforma tributaria, ya el presidente, fiel a su esencia, anda prometiendo el oro y el moro, que no pasa de generalidades hechas promesas en el último medio siglo (matrícula cero, ingreso solidario y subsidio al empleo) antes de dar a conocer lo que nos viene pierna arriba.
A falta de logros que mostrar (y menos mal Egan Bernal se escapó y no dejó politizar su título en el Giro de Italia), el perifoneo anda prendido para exaltar nimiedades. En el país de la anunciación pasa de todo para que nada pase.