Es el todo o nada. No les sirve negociar o ceder, y si retroceden un poco es para tomar impulso. Es la visión totalitaria de los poderes paralelos que hoy tenemos y que proponen, una vez más, la “amnistía general” a ver si pueden alejar su rabo de paja de la candela que hoy solo atizan las víctimas —y quienes las apoyan— del conflicto más degradado de que tengamos noticia. (Publica el Espectador)
Por eso no les interesa la verdad, ni la justicia ni la reparación, sino acudir, como si estuviéramos hablando de una lista de morosos tributarios, a la manida estrategia del borrón y cuenta nueva que tanto daño ha hecho al país, a su construcción de valores, a la autoestima nacional y al respeto por la ley… Como si el problema fuera exclusivamente, como siempre, la suerte de los autores materiales e intelectuales de delitos y desmanes. Una amnistía de sastre y a la medida, que no es más que el camino del atajo para evitar el largo y, a veces, tedioso proceso de reconciliación con el cumplimiento previo de requisitos, pero también es la patente de corso para seguir en las mismas y con los mismos ahora que llega el 2022, el año del reencauche electorero.
Por eso se le quieren atravesar, con sus proverbiales jugaditas, a la justa extensión del período de la Comisión de la Verdad. Fieles a su espíritu totalitario, también quieren adueñarse, para manipularla, de la narrativa que los involucra y delata.
Y todo a cambio de nada, salvo atornillarlos al poder, legitimar sus métodos y aplicarse el lavado de activos judiciales. Mientras, el país sigue sometido a la cruel dosis de una masacre cada tres días y al robo descarado de las arcas públicas por las mafias de siempre, que necesitan fondearse para financiar campañas que propongan otras amnistías.
Claro, de vez en cuando los asalta el miedo de encontrarse en cada elección con un país nuevo, que los termine de bajar del pedestal e interrumpa su cínico monólogo para confrontarlos con la verdad que debe comenzar por la aplicación de justicia.