El país de las maravillas
Sí era, es y sigue siendo desespero, caos y ambición, como lo presentíamos. No de otra manera se podía explicar la cadena de yerros, contradicciones y absurdidades en el manejo del país. La renuncia y la sacada de trapitos al sol del comisionado para la Paz dejan ver atisbos de las guerras intestinas que se libran desde hace tiempo entre el presidente Duque, con sus asesores aprendices, el Centro Democrático y el furibismo; unos por las minucias del poder, otros por los cargos y la burocracia, y algunos más pensando en las próximas elecciones para conservar el poder en las sombras. (publica el Espectador)
Que Ceballos no estuviera al tanto de las movidas de Uribe para buscar acercamientos con el Eln —como lo ha hecho siempre, infructuosamente, cerca de elecciones— deja ver la fractura entre esos tres podercitos, pero más que nada la falta de respeto por la figura presidencial. Tal vez tenga razón Duque cuando reclama con enojo que no es ningún títere; no, ni siquiera eso, es que no lo tienen en cuenta, salvo para presionarlo por puestos, designaciones y ministerios.
Eso explica que se la siga jugando por los leales, a sabiendas de que no cuentan ni con las calidades ni con la experiencia para tan altos menesteres, como vuelve a suceder con la designación del nuevo comisionado para la Paz, salvo porque ha representado a un gremio de apoyo, como el bananero, y porque de entrada se ubica en las contradicciones a la JEP y al proceso de paz, únicas condiciones no negociables de los partidos de gobierno. Otro descache intencionado.
Esa jugadita de Uribe dinamita el proceso que con buena fe se adelantaba con mediación del Vaticano y trata de poner en agenda al único antagonista que le da réditos al expresidente: la guerrilla. Se entiende por qué vienen engordándola y sobredimensionándola para hacerla creíble, no obstante su fraccionamiento y baja incidencia.
Mientras se sigue develando quiénes más le reportan al expresidente y quiénes están ahítos de mermelada, en esa repartija no concertada, la historia contará que a Duque le tocó la peor parte, la de rey de burlas.