Por Mario Morales

Debe primar la ponderación. Y de eso no tienen en estos momentos los voceros del No y los del Gobierno para mirar con ecuanimidad si son sustantivos los cambios en el nuevo acuerdo de paz con las Farc. Perdida la credibilidad tanto en el denominado “mejor acuerdo posible”, como en el “espíritu constructivo” de quienes se le opusieron en el pasado plebiscito, van quedando pocas alternativas para salir del berenjenal de egos, afanes e intereses en el que se convirtió la renegociación. (Publica el Esepctador)

La primera, escuchar una vez más los reparos de la oposición, para socializar e introducir por última vez aportes, adendas y precisiones que no afecten el grueso del acuerdo y que no obliguen a nueva negociación en La Habana.

La segunda, cerrar el ciclo de discusiones y comenzar el proceso legislativo de refrendación, con la posibilidad de que en los debates parlamentarios puedan incluirse temas y acciones consensuadas sobre la marcha.

La tercera, la más improbable, buscar la mediación con un órgano ad hoc consensuado, que, con plazo y reglas fijas, estudie, integre y avale aquellos puntos donde hoy hay diferencias irreconciliables.

Pero lo que no se puede hacer, y en eso tiene razón Humberto de la Calle, es dejar abierta esa puerta de manera indefinida. No le hace bien al proceso el ritmo atropellado del Gobierno, dejando la idea de barnizado y embellecimiento del primer acuerdo; como tampoco la calma chicha enranchada en la pausa y la demora de quienes quieren confundir la negativa en la urnas al plebiscito con un mandato de cogobierno en la toma de decisiones.

Es menester que la renegociación cuente con el aval de quienes dijeron No el 2 de octubre, pero no al precio de convertirla en la conversación más larga del mundo.

Moraleja: Hemos tocado fondo en el debate por la paz. Ojalá no lleguemos a la mezquindad de involucrar la salud presidencial en estas discusiones.

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