Dirán luego que es una frase sacada de contexto, pero eso de abogar porque se retire el uso obligatorio de tapabocas, aun en escenarios al aire libre, como pidió la ANIF, no tiene pies ni cabeza. Una cosa es revisar normas injustas o insulsas en el país de los trámites y requisitos, y otra atreverse, sin sustento científico, a pedir la eliminación de medidas de probada efectividad en el control del contagio de COVID-19 y otras enfermedades. (Publica El Espectador)
Hace recordar esa frase que pasó a ser patrimonio popular y decía algo así como: ahora que estamos tan bueno, ¿para dónde nos vamos?, que expresa miopía y cortoplacismo en momentos en que la pandemia se mantiene en el horizonte como espada de Damocles.
Entidades como esa, de ascendiente social, deberían en cambio liderar su uso permanente, incluso si se logra algún día controlar la peste. Lo mismo pasa con los aforos. Que eventos y negocios no respeten la medida como debieran —el caso de estadios de fútbol y grandes discotecas debería mirarse con lupa— no es patente de corso para regresar sin más al hacinamiento, que puede aguar las celebraciones de fin de año. No parece haber el mismo rasero en la reglamentación de otros escenarios, como los culturales.
Es cierto que las cifras de contagios y mortalidad vienen a la baja y que es menester retomar la movilidad y la presencialidad por razones económicas, de empleo y salud mental, pero precisamente por ello hay que mantener ventilación, distanciamiento y uso de mascarillas. Más aun, con las oscilaciones en el lento proceso de vacunación, que apenas supera la tercera parte de la población.
Ese pronunciamiento es otro síntoma más del relajamiento de autoridades e instancias encargadas de prevenir y hacer pedagogía para no reeditar experiencias que aún no terminamos de superar. A menos que ellos sepan algo que nosotros no.
***
Por otra parte, en medio de asesinatos, linchamientos y exhibicionismo inescrupuloso, se avizora la emergencia del espíritu paramilitar y la cultura traqueta. Yema y clara del huevo de la serpiente, como diría el inmortal genio del cine Ingmar Bergman.