De eso se trata la política al fin de cuentas, de lidiar con los desacuerdos. Y ahí va la FARC, aprendiendo a trancas y a mochas. Por eso no se entiende el morbo exagerado ni el tono apocalíptico acerca de las discrepancias ideológicas, partidistas y prácticas entre sus dirigentes. (Publica El Espectador)
Como tampoco se comprende que, en cambio, se miren con la lupa de los eufemismos las profundas divisiones en el Centro Democrático, la U o los partidos que, alguna vez, fueron tradicionales.
Resulta más “saludable” que dirigentes como Joaquín Gómez o Fabián Ramírez ventilen sus diferencias con Timochenko y el resto de la cúpula fariana para poder entender a qué juegan y cómo se están involucrando en la cosa pública.
El primer falso dilema que hay que desmontar es que los disensos llevan forzosamente a extremos, como la retoma de las armas por parte de algunos de ellos. Las misivas de Gómez y Ramírez, en vez de tener tono de ultimátum, denotan una crítica profunda y necesaria que cuestiona la actuación de sus líderes en lo ideológico, lo político y lo ético.
En vez de demonizarlo, se trata de un debate que el país no se puede perder porque deja ver los miedos de sus dirigentes tanto a las investigaciones judiciales como a los enemigos territoriales; las rencillas personalizadas, así quieran negarlas, y las divergencias por hitos como el caso Santrich, los primeros pinitos en el Congreso y por el manejo de los dineros asignados, cuyo seguimiento dejará ver si se quieren diferenciar o están cayendo en las mismas prácticas políticas que tanto combatieron.
Eso no significa que no haya inquietud por los ocho dirigentes y otros tantos miembros de ese partido cuyo paradero se desconoce. Una cosa es que hayan renunciado al proceso y otra que anden paranoicos o desconcertados por las incertidumbres reinantes en la implementación del Acuerdo y estén a la espera de momentos más propicios. Que lo dejen saber, así sea en medio de las más crudas discrepancias