Sabe distinto esta Semana por la Paz. Debería ser, como se alcanzó a barruntar hace un año, un tiempo para la celebración masiva, la evaluación y la proyección de la mayor de las conquistas de este país en los últimos 50 años. (Publica El Espectador)
Debería ser también, como lo fue antaño, el tema aglutinador en medios, redes y conversa pública de la movilización ciudadana que la inspiró, para evidenciar la labor de quienes trabajan, a riesgo de sus propias vidas, para construir la paz y dignificar la vida.
Debería ser también el empeño nacional por vencer el determinismo y el pesimismo frente a las sombras que se avizoran en el horizonte.
Es verdad que hay incertidumbre por el paradero y planes de algunos líderes de las Farc, por la falta de condiciones y de voluntad del Eln y el Gobierno para liberar a los cuatro uniformados y dos civiles secuestrados, por la masacre inmisericorde de líderes sociales a los que se suman los de Tarazá y Cajibío, o por los centenares de desplazados en Chocó por combates entre el Eln y el clan del Golfo.
La tarea conjunta es impedir que se naturalicen esos actos de violencia como un designio o como una lógica; es poner de relieve las actividades de quienes, como quienes reciben el Premio Nacional a la Defensa de los Derechos Humanos, trabajan por sus comunidades y necesitan pronta protección y apoyo; es salirnos de esta calma chicha y reactivar las propuestas y exigencias de paz a todos los actores armados y a quienes los aúpan; es colorear la paz, como lo propone el simbolismo de los organizadores, para allanar el camino a la reconciliación.
Esa fuerza de la opinión pública volcada es capaz de cambiar tendencias y poner en tensión prejuicios, como lo confirmó el espaldarazo a la consulta anticorrupción. Hay un camino recorrido y unos pactos que deben ser defendidos, respetados y extendidos que no son de ningún gobierno o partido. La utopía de la paz comenzó con una semana. Hay vida y esperanza. Que no se nos olvide…