Por Mario Morales
Y nada que aprende. Ese es el problema del carácter compulsivo de este Gobierno. A un acierto innegable, como fue la firma del cuarto punto de la agenda (quinto en el orden establecido) en la mesa de La Habana, le sucedieron cinco errores flagrantes. (Publica El Espectador)
El primero, como hemos insistido aquí, fue caer en la tentación de fijar fecha y hora para el fin de la guerra con las Farc, y además alardear de ello. Poner acentos en ese punto neurálgico es entregar el comodín a la guerrilla y oposición. Era esperable el riposte de Timochenko, que ya dijo que el plazo puede quedar corto. Advierte a Santos y mete presión al proceso.
El segundo fue lanzarse a esa suerte de celebración anticipada, con “repique de campanas” incluido. Se entiende que Santos quiera impresionar a la Asamblea de la ONU, pero su tono dista de la prudencia necesaria. Oh vanidad, cuántos extravíos se cometen en tu nombre.
El tercero, y en eso tienen razón guerrilla y conservadores, fue no publicar el acuerdo completo. Los 75 puntos los debe conocer la opinión pública, afrontar de una vez el chaparrón de críticas y aprovecharlo para hacer pedagogía. No de sopetón, sino explicado para evitar el matoneo uribista.
El cuarto fue ir más allá de la descripción de lo acordado a riesgo de indisponer el ambiente de la mesa, todo con el fin de apaciguar la oposición hambrienta.
Y el quinto es no apoyarse en las derechas civilizadas para entrarle a este sector que hace péndulo entre escepticismo y rechazo. Porque, como dice Serpa, y parafraseando a Neruda, no nos gusta que Vargas Lleras calle y esté como ausente, preocupado como está de apoyar a Peñalosa y ganarse a Bogotá para 2018.
El Gobierno debe retomar el bajo perfil, contar hasta tres antes de caer en triunfalismos, no demostrar emociones y aplicar lo de la urna de cristal a lo que está firmado y es inamovible en el acuerdo. Sólo así garantiza apoyo para la refrendación si es que quiere cumplirle esa promesa al país.