Que vamos por mal camino lo certifica la temporada de huracanes más destructiva en la historia reciente, la mediocridad sin liderazgos en la Asamblea de la ONU, el fracaso de la lucha contra el narcotráfico, la disolución de los partidos políticos y el reiterado llamado a las firmas para resolver lo que por otras vías no se pudo. (Publica el Espectador)
Pasada el efecto “Francisco”, el barrigazo se siente mientras el planeta observa impotente cómo vientos y lluvias arrasan con el Caribe oriental y el Caribe norte. Toda una bofetada en estos tiempos de soberbia en los que, con mucho de espíritu mercantilista, se profetiza acerca del triunfo de la inteligencia artificial y los sueños de inmortalidad.
La misma soberbia que se escuchó en los increíbles discursos de la Asamblea de la ONU, más cercanos a los alardes de un bravucón recién instalado, cuando no a los discursos de un aprendiz de couch, en el caso del presidente Trump, que sigue construyendo una caricatura de sí mismo, como lo evidenciaron las alusiones en la ceremonia de los Premios Emmy.
No se sabe quién es más inverosímil, si el mismo Trump, el megalómano presidente de Corea del Norte o Maduro, el dictador bananero, que logró el milagro de ponernos de acuerdo a todos en su contra.
Esa soberbia contrasta con la declaración derrotista, y sincera, del presidente Santos en la lucha contra el narcotráfico. Quizás hubiera podido bajar algunas cifras con otras estrategias, a costa de la salud humana y el medioambiente, pero en ningún caso encontrar la solución a un problema que tiene y tendrá raíces en su prohibición.
Y si por el Caribe y la ONU llueve a cántaros, por aquí no escampa. Con razón han caído rayos y centellas al procurador Carrillo por su populista e inoportuna propuesta de recoger firmas para reformar la justicia, como le han caído, por las mismas razones, a Vargas Lleras por dárselas de vivo, y a quienes frente al fracaso de la política contemporánea quieren implantar el régimen de la firmocracia. Pasamos de los nubarrones a los ciclones.