Una cosa es haber hecho del descache una actividad profesional, otra muy distinta es estar prendiendo teas en los inflamables escenarios donde se decide la vida institucional del país, como lo viene haciendo el reducto de amigos del presidente Duque o, uno ya no sabe, de las prebendas del poder, por más resquebrajado que esté.
Ternar o hacer que se elijan amigos, condiscípulos o recomendados en instancias decisorias como las “ías” puede parecerles funcional y conveniente a aquellos “copartidarios” que hoy se frotan las manos, pero olvidan que al calendario le quedan 18 hojas para el cambio de tercio, como seguramente sucederá si queda algo de sentido común.

Esos y otros zarpazos, como el de nominar vía decreto presidencial a su propio juez en tutelas sobre erradicación de cultivos y seguridad nacional, a algunos cercanos les pueden parecer otro capítulo del ya extenso libro de “ducadas”, que no les afectan directamente.
Pero el empeño que le puso el Gobierno a la desfigurada e inhumana reforma tributaria y al acatamiento de la orden de promover al hijo de Uribe como precandidato presidencial le pueden costar, como ya está sucediendo, el derrumbe de los pocos apoyos que le quedan tras bambalinas, así en los micrófonos y redes parezcan estar del mismo lado.
Al amago de hecatombe de la tal reforma, enterrada antes de nacer por el desmarque de Vargas Lleras, los partidos de oposición y de César Gaviria con denuncias de mermelada, le sobrevendrán las presiones variopintas de los pocos áulicos a la hora de las aprobaciones en el Congreso y el voto negativo conveniente de partidos y futuros candidatos en pleno año electoral.
Pero lo que no resistiría un envión en la descosida unidad de partidos de gobierno sería la oficialización como aspirante del delfín uribista, no solo porque todos, incluso los que rodean a Duque, saben que el país no resistiría un segundo y magro período en cuerpo ajeno, sino porque entre esos aliados hay quienes no están dispuestos a sacrificar una vez más aspiraciones, egos y carreras. Entre la mermelada y el fuego amigo. Quién lo creyera.