Son lo más parecido a las estatuas. No solo por inmovilidad en acciones e ideas, sino porque creen que nos quedamos congelados en el tiempo. Subidos en pedestales desgastados, con índices señaladores y caballos amenazantes, cuando no con armas aterradoras, acuden al anacronismo de la obediencia ciega que alguna vez los encumbró al poder. (Publica el Espectador)

Por eso creen que al hablar con sus voces fantasmales, tuitear o contestar entrevistas con displicencia están notificando o publicando edictos, lacrados con la vieja rúbrica de comuníquese y cúmplase.

Se creen investidos de autoridad divina, la cual invocan, sin vergüenza, en contravía de sus actos. Y acomodan su discurso cansino acusando de terrorismo (porque el estigma de vandalismo se les quedó chiquito) a todo lo que ponga en riesgo sus privilegios y megalomanía.

Manipularon el lenguaje, los símbolos y las esperanzas ciudadanas con promesas de consensos que terminaron en alianzas espurias entre élites, invocaron la autoridad de una pretendida ilustración, esa masa informe de politiquería y tecnocracia, para descrestar o aplazar, mientras ignoraban las voces, quejas y llantos de los gobernados.

No supieron leer los signos de cambio y saturaron con su negligencia, despropósitos y abusos la paciencia de las gentes. Creyeron que aquí no iba a pasar nada, que éramos un barril sin fondo, que no tenían que rendir cuentas. Apenas ahora despiertan para enterarse de que el país cambió, que la movilización social es imparable y que son un estorbo, sobran.

Su llamado a la militarización, con el maquillaje de seguridad y orden, no es más que estertor autoritario para advertir que no se van a ir por las buenas y que el único terror a la vista es el de sentirse despojados.

Quieren ignorar que, en medio de tantas frustraciones, las turbas, como las llaman, aprendieron a superar el miedo, no obstante la docena y media de muertos y cerca del millar de heridos; a descreer de palabras distorsionadas, como “consensos”, “acuerdos” o “conversaciones”, y especialmente a perder respeto por esas estatuas obsoletas, símbolos de los viejos traumas y de mitos superados.

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