Por Mario Morales
Es la paradoja de las paradojas. Por ser fiel a su estilo, el candidato Zuluaga pudo haber perdido anticipadamente la elección presidencial. Al terminar la primera vuelta tenía todo para ganar, aun si ese todo se resumía en estar en contra del proceso de paz, presentarse como el muñeco de Uribe y agazaparse en la propaganda sucia contra Santos. Pero eso le hubiera bastado para consolidar al caudal camorrero de sus seguidores que no se detienen en argumentos, tal y como le pasó a Uribe en 2002. (Publica El Espectador)
De manera sorprendente y entre balbuceos rompió el dique, se dejó cañar por el comodín de la paz que tenía Santos, y de representar la oposición al proceso, pasó a parecerse al candidato presidente al anunciar que él también seguiría con las negociaciones. Echó por la borda el factor diferenciador, el que obligaba al cambio.
Luego vino lo que sabemos, las valientes adhesiones al eventual acuerdo con la guerrilla de Mockus, Clara López, Carlos Gaviria, los intelectuales, líderes de opinión, en fin, el país que piensa.
Obviamente la respuesta, en las encuestas y tras la floja performance de Zuluaga en los primeros debates no se hizo esperar: Perdió terreno hasta ser igualado y luego superado por Santos.
El resto ya se sabe, de la desesperación a la improvisación había un solo paso; el candidato y su ventrílocuo perdieron los estribos hasta el punto de ofrecer ese perverso espectáculo de iracundia y descontrol en el debate del lunes, mal reforzado por el comercial de la loca de las naranjas que, hecho a las patadas, tergiversó la idea inicial de su antecedente brasileño. Algo va de la vehemencia a la histeria.
Zuluaga canalizaba el odio que el país le tiene a los violentos; pero traicionó su causa. Ahora ese país, en ausencia de otra opción, comienza a entender, que votar por Santos y el proceso de paz también es votar contra los guerreros, que con el inicio de negociaciones con el Eln, pueden llegar a ser pronto un mal recuerdo.