Por Mario Morales
La primera conclusión, luego del secuestro del general y sus compañeros en Chocó, es que el proceso de paz no estaba blindado. La tal premisa de diálogo en medio del conflicto no pasó de la mala retórica. Lo demás es esta cadena de errores de parte y parte que amenaza con desbordarse si no se acude al significado de esa palabrita en boca de todos, incluida la nueva señorita Colombia, en las últimas horas: sensatez. (Publica El Espectador)
Se equivocan el general y su comitiva al dar papaya, lo mismo que sus captores al aprovecharla sin prever los efectos. Prueba de que en la selva y el monte no han cambiado de mentalidad. Se equivoca Santos al tomar la decisión en medio de calenturas, y se pone a sí mismo como rehén de la crisis y esclavo de sus palabras. Se equivoca más al seguirle el ritmo al senador Uribe, que debe estar frotándose las manos.
Se equivoca la guerrilla al chantajear con el secuestro para presionar el cese bilateral de hostilidades. Termina de poner en contra la opinión pública y borra con el codo lo avanzado en busca de reconocimiento, si es que quieren hacer política. Se equivoca el país que pone como condición absoluta la liberación de los secuestrados para retomar las conversaciones. Justamente es allí donde el Gobierno debe hacerse sentir.
Sí, hay que retomar los acuerdos iniciales de La Habana, pero no para cambiarlos sino para darles sentido. Aparte de la torpeza de la insurgencia y el desquiciamiento del uribismo, el enemigo de Santos es el tiempo. Una tregua bilateral le daría ventaja a la guerrilla, que querría alargar los plazos. La meta prioritaria, pues, es el desescalamiento del conflicto entendido como proceso y atado al diálogo para que conduzca al fin de todo acto de guerra en tiempos específicos.
No más viajecitos politiqueros. No más populismos con treguas parciales. Urge un cronograma sensato y preciso que blinde la mesa de acciones y decisiones repentistas. No estamos en un concurso de espontaneidad como el de Cartagena.