Por Mario Morales *
Título de la obra: ¿Atacó Petro a la libertad de prensa y de expresión en su cuenta de Twitter?
Primer acto
Discusión al respecto no hay. No debería haberla. La libertad de prensa y de expresión son derechos inalienables. Punto. Aquí debería terminar este ensayo periodístico.
Segundo acto
Lo que estuvo, lo que está en cuestión es un trino, con relación a una publicación que estigmatiza a un medio y al autor de esa publicación. Y eso es condenable. Ahí debería concluir, si subsistiese, el debate.
Tercer acto
Es preferible una prensa desbordada a una prensa controlada. No estaba en cuestión la calidad del escrito, dudosa y hasta chabacana, por cierto, ni el origen de su autor ni la irresponsable extensión de la diatriba al medio. Pero nada justificaba semejante desproporción, por tratarse de un líder de opinión que además es candidato a gobernar. Aquí debería caer el telón, si aún quedasen dudas o rezagos en la polémica. (Publica Razón Pública)
Pero no. Amigos como somos del drama, sobre todo del drama insuflado, afectado y postizo, nuestras peleas, desavenencias y desarreglos tiene vocación permanente y sempiterna, por eso se reciclan de cuando en vez, para mantener abiertas las heridas.
Comencemos por decir que no había argumento para la tal obra. Un deficiente escrito, pobre de razones y excedido de generalidades, prejuicios y posverdades fue elevado a la categoría de diatriba de manera desinteligente, recurriendo también a prejuicios y posverdades, como sucedió con el infortunado trino de Petro, que tampoco resiste análisis, y que debe ser evaluado más que por su retórica salida de toda proporción, por sus efectos, degradando la réplica, pauperizando el discurso e instalándose en la categoría de discurso de odio contra un autor que aquí nos negaremos a identificar, como vacuna contra el juego de las expresiones fáciles en busca de figuración y viralización, y contra un medio que, como todos, tiene derecho a una posición ideológica.
Fue un error craso que terminó graduando como “enemigo” a un opinador sin mayor visibilidad, merced a una variante del efecto Streisand, en el que la acción de querer aplastar una idea más o menos desconocida, termina multiplicando su difusión. Pero, sobre todo, un atentado contra un bien común, la libertad de expresión de todas las voces, como pregona la democracia, y la libertad de prensa, garantes del ejercicio fundamental de ser “contrapoder”, aún si los términos rayan en la caricatura o la ofensa.
¿Fue un acto de arrebato o de furia descontrolada? ¿Fue un mensaje a Bolívar para que entendiera Santander? ¿Fue una demostración de lo que piensa el candidato sobre la oposición? ¿Quiso sentar un precedente para acallar críticas? ¿Fue una forma de azuzar el instinto y el alma colectiva de sus seguidores? ¿Se lo escribió un asistente, más petrista que su líder?
Entre todas las posibilidades que tenía para contrarrestar el efecto de la manida columna, Petro escogió la más fácil y la más peligrosa: la descalificación, la estigmatización y el hostigamiento de quien no solo expresó su sentir, sino que representan una forma de pensar en el amplio espectro de las corrientes de opinión del país.
De pasó perdió una oportunidad de oro para hacer, como lo ha hecho en otras ocasiones con pares y poderosos que lo han descalificado, exhibición de dominio personal, de apertura al debate, de respuesta ponderada y profunda frente al desinformación publicada. Pero tenía otras opciones, como se ha mencionado por estos días, como la solicitud de rectificación, de réplica, de iniciar una acción judicial por calumnia o injuria, pero sobre todo de dar a conocer su programa en relación con las críticas y pandectas planteadas.
Por eso tienen razón la Fundación para la Libertad de Prensa, los colectivos de periodistas y quienes rechazaron la violación a la libertad de prensa por parte del candidato. Parafraseando a Borges habría que decir que hay momentos en los que la suerte de un ser humano, independientemente de sus creencias o prejuicios, es también la suerte de un medio, del oficio mismo y de la democracia que los avala.
Por eso resultó pertinente la declaración de la, Flip, que ha probado su neutralidad e idoneidad en situaciones similares cuando los protagonistas o victimarios han estado al otro lado del espectro político. Así suene utópico, es menester solidarizarse con la solicitud de una disculpa pública del candidato, así como su adhesión y la de los demás protagonistas de las elecciones presidenciales al respeto por la diferencia, la tolerancia a la crítica por desajustada que sea y el compromiso por el respeto a ultranza de las libertades democráticas de las cuales periodistas, ciudadanos y medios son portaestandartes.
Un problema global
La desafortunada reacción de Petro contribuye a contaminar el ya deteriorado ambiente político, incitando a masas de seguidores y opositores a cerrar filas, a ojo cerrado, con posiciones sectarias, sin discursos cualificados y arrastrando el ya preocupante ambiente de improperios, fanatismo y sectarización a situaciones de violencia verbal que impiden el acceso a insumos de calidad a los ciudadanos que aún tienen dudas para decidir en esta etapa electoral o a quienes se ubican en la franja del voto de opinión, factores que inciden en la abstención u otro tipo de acciones violentas y retaliaciones.
Además, contribuyen al creciente clima de desconfianza de los ciudadanos frente a sus medios y periodistas que son hoy, en medio de la guerra global de desinformación donde impera la ley de la selva, tan necesarios como el pan, como diría el maestro Javier Darío Restrepo.
Ya lo había advertido en 2018, Reporteros sin Fronteras, con su alerta de expansión generalizada de odio hacia el periodista y los medios, convertidos en enemigos públicos, merced a la hostilidad e intolerancia de gobiernos, mandatarios y líderes de opinión, incluso en las democracias occidentales. Entonces como ahora son evidentes los intentos por crear realidades alternativas, verdades funcionales a las ideologías y escenarios de descrédito para minar la credibilidad de los reporteros en busca eliminar las críticas, investigaciones y denuncias sobre sus actuaciones y decires.
La intimidación y el acoso contra la prensa ya deja en el primer trimestre de este año cerca de centenar y medio de violaciones a la libertad de prensa, según la Flip, que amenazan con repetir los indicadores del fatídico 2021 para el periodismo. En lo que va corrido de este año, precisamente, las violaciones a la libertad de expresión y de prensa se concentran en amenazas, hostigamientos, acoso, estigmatización y obstrucción del trabajo periodístico, forzando a la autocensura, al silenciamiento y al deterioro de los demás estándares de calidad periodística.
¿Y el periodismo ciudadano?
A propósito de la mencionada columna, capítulo aparte merece la reflexión sobre el mal llamado periodismo ciudadano, graduado por ventanilla por los mismos medios por razones de inmediatez con presencia de las audiencias en los lugares de ocurrencia de los sucesos, por economía para no enviar reporteros, por facilismo de los reporteros que no hacen presencia y por oportunismo para manipular las versiones y decires de espectadores anónimos y a veces ingenuos.
Legitimar la palabra fácil, el video de ocasión y la ofensa proferida por ciudadanos inconformes que desconocen las reglas y responsabilidades del oficio como contenidos periodísticos es un búmeran que se está llevando por delante la confianza ciudadana en los medios. Una cosa es la expresión pública de las opiniones privadas de los ciudadanos que forman parte del debate público, otra muy distinta es avalarlos y revestirlos de las cualidades que debe tener el trabajo profesional, honesto y ético de los periodistas.
Los medios y la academia están en mora de encontrar estrategias de autorregulación y alfabetización para que las audiencias aprendan a distinguir y valorar los contenidos que cuentan con estándares de calidad, de las opiniones llanas y, no pocas veces desmedidas, que cuelan como conejo por liebre en las publicaciones.
La interacción entre observatorios de medios, defensorías de audiencias, ligas de usuarios y códigos de ética son vacunas de refuerzo para impedir que ese virus se convierta en pandemia. No es suficiente con el aparente respaldo ciudadano mediante clics o interacciones que, como sabemos son manipulables.
La sobreexposición y la viralidad no son sinónimos de calidad. A veces no son más que caballos de troya de las bodegas o granjas para difundir la mentira, el engaño o la desinformación. Otras veces no pasan de ser trampas retóricas para insuflar el odio o la agresividad entre adversarios, o pretextos que dejan ver el talante de líderes o poderosos, o spin off o alargues de tramas incendiarias que nunca debieron pasar del primer acto.