Es retadora la pregunta, ayer, en la portada de este diario, acerca de qué debemos hacer para contrarrestar la violencia sexual infantil. Quizás sea necesario enfatizar en la primera persona del plural y en el significado del verbo utilizado, si asumimos que ya fue suficiente de likes, memes, avatares y mensajitos de solidaridad, que, como hemos repetido, han devenido sublimación, autoconsuelo y pasividad. (Publica El Espectador)

También ya estuvo bien de sólo cifras, estadísticas y promedios en las narrativas que describen el horror de agresiones a menores, causadas especialmente por criminales de su entorno cercano. Esa cuantificación, por más que apunte a la precisión, distancia la sensibilidad de las audiencias y pone la gravedad del problema en una nube que todos vemos, pero que no nos afecta.

Y ya basta también de refugiarnos en el populismo punitivo, creyendo que con pedir aumento en las penas estamos llegando a la raíz del problema.

Es momento de mirarnos hacia adentro para reconocer el absoluto fracaso en la formación y educación de los que hoy son adultos y que es el origen de nuestros, así nos neguemos a reconocerlos: el machismo, la violencia como solución de conflictos, la misoginia y el maltrato físico y sicológico.

Somos una sociedad enferma que transmite sus taras generacionalmente. Esos gérmenes malignos habitan en todos los rincones, primero, porque han sido inoculados con el ejemplo en la familia, escuela y comunidades cercanas; segundo, porque han sido legitimados por medios y costumbres; y tercero porque son aceptados, ocultados o disimulados como un mal menor si el victimario es alguien conocido.

Algo hay que hacer para reformar esos imaginarios y deformaciones. Ya hay iniciativas académicas para tratar el machismo. Esa es parte de la prevención, incluyendo a aquellos que se creen ajenos. Las asignaturas de ética y ciudadanía en primaria y secundarias deberían tener estos componentes. Gobierno y comunidades civiles y religiosas han de trabajar en campañas de cuidado y alerta con los menores. Y así la propuesta no guste, no dar papaya. El enemigo está al acecho.

Suscribir
Twitter
Visit Us
Follow Me
YOUTUBE
LinkedIn
Instagram