Por Mario Morales
No importa lo que diga, provocando, el fiscal, o la ley o cómo pueda interpretarse, pero todo lo acordado en La Habana debe pasar por refrendación abierta y democrática si es que de veras queremos cerrar el libro de los horrores de la guerra. (Publica El Espectador)

Ninguno de los “50, 100 o más acuerdos” a que se llegue en la mesa, por más difíciles o dolorosos que sean, como dijo el jefe negociador, Humberto de la Calle, deben ser ni secretos ni a espaldas de la voluntad popular.

Es cierto que cualquiera de las alternativas de refrendación puede convertirse en una caja de Pandora; ya se presiente a los politiqueros y leguleyos de turno salivando ante la oportunidad de meter goles, refundar la patria o legislar en provecho propio. Tampoco se pueden descartar coletazos de los violentos en medio de sus estertores.

Sí, hay riesgo alto de infiltración, presiones, micos y conspiraciones; pero el colombiano de a pie tiene, más que el derecho, el deber de ser arte y parte de manera directa, no representada, es decir, con su voto, en la construcción del nuevo país.

Puede que jurídicamente no, pero moral, estratégica y políticamente, el espaldarazo de la gente es un paso necesario, pero no con ese tonito condescendiente o de favor que ha impregnado a algunas voces oficiales. El Gobierno debe entender que lo que decida la población en las urnas al respecto, más que un acto de legitimación se convierte en mandato ciudadano irrenunciable para que cese la violencia.

Entretanto, es clave que la guerrilla siga cumpliendo con la tregua, como lo ha confirmado el Frente Amplio por la Paz, y que se avance en el cese bilateral, latente en las últimas semanas.

A esa refrendación, en nueve meses hay que llegar con garantías civiles plenas, actores ilegales desarmados y cese total de hostilidades y acciones conexas. Por eso urge acompañamiento y verificación internacionales. Solos no podemos.

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