Por Mario Morales
Debo decir que me gusta como quedó planteada la pregunta para el plebiscito. Entraña el interrogante natural sobre el acuerdo, pero además es precisa cuando habla de la terminación del conflicto (no de la guerra), acompañada de un mandato para la presente y las futuras generaciones: construir una paz estable y duradera. (Publica El Espectador)
Así está planteada gramaticalmente, más allá de que los malpensados (el que las usa las imagina) quieran encontrarla tendenciosa o sesgada. Eso iba pasar cualquiera fuera el texto presentado; de ahí la insistencia en que se diera a conocer.
En cambio no deja de inquietar la incomodidad con la que el vicepresidente Vargas Lleras se sumó a la campaña por el Sí. Con los reparos que planteó, por presión de la prensa ante su renuencia a hablar antes de la divulgación de los textos, no sólo demostró desconocer, o no entender los acuerdos, sino que dejó ver su soberbia al aceptar como “un favor” la orden de su jefe inmediato.
Tampoco resulta halagüeño el tono y el nivel de los debates que sobre el acuerdo se comunican a la población. Hay abuso del lenguaje especializado y de las posiciones con base en argumentos de autoridad o experticia. ¿Cómo pretenden así el gobierno y sus voceros entusiasmar a los colombianos?
La base de la pedagogía, si es que algún día arranca la que esté dirigida al grueso de la población, debe partir de ponerse en el lugar del promedio, de generar afectación en términos de cercanía, implicación e interés y de aterrizar los alcances en la cotidianidad de los colombianos teniendo en cuenta sus diferencias y contextos.
Ponerse en el lugar nuestro no es simplificar sino aterrizar lo acordado con base en discursos fuertes que narren decisiones y actuaciones que comiencen a mostrar esos cambios al tiempo que la irreversibilidad del proceso que comienza. Que les dejen los suspiros, la lírica y las diatribas a la oposición. La acción genera convicción y de ahí a la emoción que se requiere, hay un paso. Empatía, que llaman.