A propósito de un reality de gran audiencia, esta reflexión crítica sobre los críticos, sobre los medios, sobre los públicos, sobre las instituciones y sobre el periodismo que ya no es en Colombia. En este juego de espejos todo se distorsiona, y olvidamos que lo público se sostiene sobre el endeble andamio de los valores.
Por Mario Morales
(Publica Razón Pública)
Ficción y realidad
Eso es lo dramático: que sí se parecen. Quizás ya resulte un lugar común decir que, casi sin darnos cuenta, se diluyeron los límites entre las vivencias y las narrativas mediáticas, entre las experiencias cercanas y las historias que pasan por la televisión, la radio, las redes sociales, medios que también han visto diluir las fronteras entre ficción y realidad, y aún dentro de ésta última categoría, entre documental y realidad aumentada.
El resultado es toda esta sobreexposición vertiginosa donde se mezclan sin pudor lo público con lo privado, el escándalo con la virtud, la fama con el reconocimiento, el aplauso con la indignación. Solo parece existir lo actual, lo simultáneo, lo fugaz, que arrasa a su paso con cualquier vestigio de memoria. ¿O existe diferencia entre ese formato televisado denominado reality y, para mencionar solo lo más sensible, esta tozuda realidad de escándalos del Congreso, de movilización indígena en el Cauca, de procesos de la parapolítica, o del reacomodo de fuerzas políticas con miras a las elecciones de 2014? No, por lo menos no en los relatos, ni en las estéticas ni en los conflictos. Simplismo ético Visto desde afuera, nuestro país se debe parecer a las múltiples habitaciones de una casa estudio: escenario de competencias desesperadas entre personas comunes que quieren dejar de serlo, no obstante su ego abultado, detrás de una liebre ilusoria, sin que importen los métodos, de un premio representado en metálico, en especie, en capital simbólico o todas las anteriores.
Pero, irónicamente, los conflictos mediatizados emocionan más: espejos macro de una sociedad con valores ad hoc. Todo vale, todo sirve, si la medida es el éxito, entendido como la consecución del objetivo a cualquier precio, más cuando la vergüenza perdió o dejó de tener valor social. Los conflictos son el factor detonante, como ha sucedido por estos días: indignaciones, protestas, foros, reyertas moralizantes y disputas por dilemas éticos, así sea a la velocidad de 140 caracteres por entrada. ¿La paja en el ojo ajeno? ¿O dimos ya por perdida la pelea por lo ético en la realidad, en lo público, en lo común y en lo colectivo y preferimos la lúdica doblemoralista de buscar la fiebre en las sábanas? Como se ve, poco habría que reclamarle a los realities, como género, como industria que se tomó como por asalto el prime time televisivo y de paso el ágora virtual y el interés nacional. Redujeron costos, optimizaron ganancias y se robaron el show. La gallina de los huevos de oro. Y es que al final de cuentas, eso somos: un manojo de emociones conjugadas, de bajas pasiones, de conspiraciones y alianzas al tenor de las conveniencias. En últimas, la prueba reina que buscaba el etólogo Konrad Lorenz para reafirmar que la agresión es el patrón de comportamiento de los seres vivos. Entonces, ¿De cuál ética hablamos? De la ajena, claro, de la simbólica, de la expiatoria de todos los males: la ética mediatizada y simplificada, fuente de identidad nacional. Los medios y su crisis No está documentada ni la fecha ni las circunstancias, pero en algún momento de la historia reciente la prensa, el periodismo y los medios perdieron la primera persona y de paso la iniciativa para interrogarse, para reflexionar, para autoevaluarse. ¿Qué les pasa?
Es la pregunta de moda de las audiencias cuando se (auto) observan y critican a los medios y al periodismo, sin dejar de verlos. Al fin y al cabo, alguien debe tener la culpa, un cierto grado de responsabilidad. La respuesta básica es que están en crisis. ¿Y cuándo no lo han estado? Sólo que cada uno ve la crisis donde mejor le va. Los empresarios insisten en que la crisis es de naturaleza económica, los anunciantes que es el costo–beneficio, las audiencias la ven en la falta de opciones, y cada vez quedan menos dispuestos a hablar de frente de la falta de valores. ¿Qué ha cambiado? Que hoy como en las sesiones del “cara a cara”, los primeros amenazan por convivencia a los otros tres con la sostenibilidad. Y a diferencia del recato pasado, hoy lo prioritario es el negocio y el resto algún día vendrá por añadidura. Es el capitalismo salvaje: reglas y sus violaciones a conveniencia del emisor, protección y prebendas para garantizar audiencias, inmunidad para rendir cuentas, en fin, la ley del más fuerte. Nada nuevo, repito. Ni siquiera esa pasividad de las audiencias apoltronadas que solo se dejan ver por las redes sociales para denostar de los medios y de los periodistas y autoconsolarse, mientras se ven representados en otro programa o formato. Narcisos en el clóset. Los medios son medios Siempre será más fácil culpar de la mala educación y de las carencias en formación y valores a los medios, entre sordos y soberbios, y eximir a las instituciones que tienen esa directa responsabilidad —tal como queda documentado en múltiples estudios e investigaciones— como la familia, la escuela y el entorno cercano, especialmente en los primeros años, cuando echan raíces las creencias más fuertes como el racismo, la intolerancia, los patrones de violencia y los radares de sociabilidad, como bien lo sabía Goebbels…
Los medios –apenas reflejo– si acaso legitiman, incorporan a la cotidianidad o “normalizan” esas conductas anómalas. Construyen eso que llamamos imaginarios colectivos. No faltará, sin embargo, quien ponga como ejemplo “la terrible influencia de los medios en conductas aberrantes” como la del asesino múltiple, disfrazado de ‘El guasón’ en un cine de Colorado, durante la exhibición de la más reciente película de Batman. Por fortuna la investigación avanzó rápido y entregó un cuadro sicológico enfermizo, antiguo, permanente y con confluencia de otras causas, distintas de seguir una serie o ver una película. Los medios no tienen tanto poder. ¿Y entonces cuál es su responsabilidad? Las narrativas, por supuesto. Desde el encuadre hasta la puesta en escena. La emocionalización de sus estéticas, que también narran y los modos y formas de emisión en relación con parrillas, públicos y contextos. Sería sencillo… si no tuvieran la mira en otra parte. El periodismo ausente Cosa distinta es el periodismo, tomado como bien público, pensado y analizado en términos de derechos. Pero —como bien dicen los reflexivos periodistas estadounidenses Kovack y Rosenstiel— escasean las oportunidades para reunirse, para hablar y para discutir acerca del oficio, del deber ser. Es como si se hubiera perdido la fe en el debate, en el poder de las palabras y en el sueño de cambio que hizo del periodismo una etapa del romanticismo o viceversa. Impuesto el determinismo (“eso es más de lo mismo”), aumentan ahora citas, foros y polémicas para hablar de emprendimiento, sostenibilidad y financiación. Medios y prensa asumieron el discurso industrial y perdieron el debate mediático. De los valores esenciales a la bolsa de valores… En cambio, allá, aquí afuera, hablar de los medios y del periodismo sigue siendo otro deporte nacional. Pero, decíamos antes, alguien ha de tener la culpa en este país de “vidas como libros abiertos” y de buenos muchachos. Lo grave es que a veces prensa y medios realmente tienen una gran responsabilidad, o la comparten por lo menos.
Fenómenos todos que han tenido incidencia en agendas, percepciones o imaginarios que no siempre corresponden a la realidad, como lo saben las autoridades cuando hablan de (in)seguridad, o los taxistas cuando hablan de respeto, o de la noche como escenario de vida y muerte… Sí, historia repetida, como lo demuestran nuestros observatorios de medios, unos de los pocos retrovisores que quedan ante la paulatina extinción de defensores de audiencias, veedurías ciudadanas y entidades gubernamentales e independientes que den pautas para construir política pública, formar e incentivar. La ética del oficio Hablar de ética en el periodismo consiste en retomar los elementos y estándares del oficio que lo han acompañado desde sus orígenes: verificación, precisión, equidad, transparencia, pluralismo y objetividad, entendida ésta no como utopía, sino como método de trabajo. Pero también y eso vale también para los medios en general, consiste en insistir en la neutralidad que le ponga coto a la estigmatización, a la toma de partido, a la emoción sobredimensionada, inducida, exacerbada y malsanamente aprovechada. Hablar de valores es hacer hincapié, al decir de Kapuscinski, en que antes que profesionales cualificados, las audiencias necesitan buenos seres humanos:
Es decir, una capacidad de comprensión que pasa por sabernos un país dramático en todas sus extensiones, que tiene una autoestima exagerada, que se ve pero que se niega a reconocerse en sus narrativas mediáticas:
Hace falta autorregulación en quienes emiten y producen, pero también entre quienes reciben y consumen. Hace falta más debate, más conversa, más propuesta. Pero sobre todo se requiere menos máscara, menos hipocresía, menos moralina. La cura comienza por reconocer la enfermedad. Los realities están de este lado de la pantalla. Paremos de sufrir. Lo otro o es entretenimiento o hay que apagar el televisor. Quizás así tengamos alguna opción cuando lleguen las pruebas de talento. |