No. El creciente problema de la guerra, porque de la paz se habla cada vez menos —como no sea para evocar la eterna utopía de este país descuadernado—, no debe ser un asunto de campaña. Ya fue suficiente que los fusiles impusieran presidente durante, por lo menos, seis períodos. (Publica El Espectador)

La emergencia del conflicto, acompañado de distintas y cada vez más complejas formas de violencia, es, parafraseando a Clemenceau, un asunto demasiado serio como para dejárselo a políticos o militares.

Más allá de los miedos, la desinformación o la reconstrucción del viejo enemigo único, encarnado en las guerrillas, las voces vivas del país parecen estar ocupadas en otros menesteres, presionados por la otra inseguridad, el cuarto pico o los yerros de este Gobierno, tantos que no es concebible que sean sin intención, sino una insólita adaptación del entretenimiento con fines distractores.

Hasta en la agenda de la mayoría de los medios, combates y escaramuzas ocupan un lugar discreto, imperceptible, sin cubrimiento in situ, supeditados a información centralista o comunicados, sumisos a la patraña uribista de hace más de tres lustros, de impedir reportería dizque por seguridad. Desaparecida la información, hicieron creer que el conflicto no existía.

Pues la guerra está viva, cobrando víctimas y avanzando para cumplir su propia profecía de indomabilidad por su carácter fragmentario, sin mandos únicos ni controles internos distintos a vendettas o delaciones.

Es hora de que la sociedad civil, acompañada de academia y comunidad internacional, se arrogue el derecho de liderar alarmas, relatos y manifestaciones creativas para exigir el cese efectivo de las violencias, habida cuenta de los oídos sordos de este Gobierno y los brazos caídos del Congreso, hoy más remoto que nunca.

Quizá no sea hora aún de abandonar la utopía de la paz, así tengamos que inventarnos otra, tanto o más inalcanzable, para que nos decidamos a pedir o a hacer algo que no termine en una ley o una reforma ni que tenga que pasar por manos de políticos; mucho menos si están, como por estos días, ebrios de poder y bajas pasiones.

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