Por Mario Morales
Se lamentaba Timothy Egan en el New York Times de que la mayoría de estadounidenses no pasen el examen de ciudadanía en vísperas de la decisión que tienen a la vista. Su voto será esencialmente desinformado. No creo que sea necesario hacer un test (como el que a veces hacen los medios en la calle para construir un falso vox populi) de cultura ciudadana y valores cívicos entre los colombianos para compartir ese lamento y esa frustración. (Publica El Espectador)

Y no hablemos de la maraña de las 297 páginas del acuerdo con las Farc, no aptas para legos, como bien lo expresaron Héctor Riveros y Antonio Caballero. Ese texto se resume, parafraseando a Borges cuando hablaba del Finnegans Wake de Joyce, en “52 años para producirlo, 45 meses para escribirlo y una eternidad para no leerlo”.

Que pocos comenzaron a leerlo lo demuestra la sorpresa general sobre la pregunta del plebiscito cuando se aclaró que ese, sencillamente, era el encabezado del acuerdo.

Descartada la opción de abordar ese texto para digerirlo y derrotadas las esperanzas de haber mejorado en cultura política, entendida como la comprensión básica de cómo funcionamos como sociedad, no queda más alternativa que encomendarnos, otra vez, al sentido común de nuestras gentes como último reducto para salvar esta democracia, así esté o parezca idiotizada, como propone Egan, el articulista del NYT.

Ese sentido común que habla de las vidas salvadas, que cuenta —según el Cerac— que hubo sólo cuatro muertos en los últimos 13 meses, que se completan 42 días sin combates, que está desapareciendo la guerrilla más grande, y que está a punto de cerrar registros el primer movimiento del país, como llamaron con ironía los nadaístas a la violencia política y que alcanzó a sumar otras 260.000 víctimas fatales y siete millones de desplazados…

En fin, que esta sea la última elección de un país desinformado y que sean los últimos votos instintivos, casi primitivos, que nos recuerdan la obviedad de que siempre es mejor la vida con todos sus azares que la guerra y la muerte.

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