Que el eructo en medio de un discurso de Nicolás Maduro marque las tendencias de opinión que han invisibilizado el desmonte de los campamentos de los venezolanos en Bogotá deja en evidencia desde dónde pensamos los colombianos.
No sería raro que nos quedáramos enfrascados en cómo descalificar periodísticamente al régimen venezolano, como propone Marta Lucía Ramírez. (Publica el Espectador)
Que la respuesta para afrontar la masacre de líderes sociales en Colombia se estanque en la polémica que plantea el Gobierno actual, mientras contempla su ineptitud en el espejo retrovisor, por la existencia de los informes del anterior, deja ver la desorientación de unos y otros frente a un problema que les resbala, como lo prueban las declaraciones encontradas del fiscal, que habla de sistematicidad, y las de los voceros del Gobierno que, más o menos, reducen los crímenes a disputas por asuntos ilegales.
Que el debate sobre el incumplimiento de los acuerdos de paz naufrague en el mar de moralina de la actual administración, a cambio de argumentos y, sobre todo, de hechos, revela la ausencia de ideas y de líderes en medio de las contradicciones, como la que tiene que ver con el paradero de Iván Márquez. Mientras la mininterior y la vicepresidenta dicen que no saben de su paradero, el mindefensa insiste en que lo tienen vigilado.
Que la persistencia del movimiento estudiantil, en aras de una reforma educativa estructural, o de quienes promueven la salida del fiscal, quede reducida a los problemas de movilidad, actos vandálicos aislados o a los colados con intenciones politiqueras se traduce en ese afán (auto)descalificador cuando vemos que la sociedad civil trata de unirse.
En fin, no se trata solo de la prevalencia de los detalles sobre el fondo, que termina por desdibujarlo; también, de ese desinterés creciente por los hechos, por lo que no admite discusión; de ese gusto por la coyuntura que nos ahoga como espuma; por mirar hacia otro lado mientras decimos o creemos que afrontamos la cruda realidad.