Por Mario Morales
Es la paradoja de aquí en adelante. Entre más avanza el proceso, más frágil es. Los gestos de desescalamiento, el cambio retórico y la llegada de nuevas voces de parte y parte a la mesa de La Habana (que el país racional recibe con beneplácito), connotan un riesgo inherente: no tienen reversa.
A diferencia de las primeras treguas, cese de bombardeos y “gestos” mutuos de entendimiento que buscaban sondear hasta dónde “el otro” estaba dispuesto a llegar, ahora la dinámica de las decisiones de guerrilla y Gobierno tienen el sello de definitivas… mientras duren los diálogos. (Publica El Espectador)
Las partes ya saben lo que significaría retroceder: ruptura de conversaciones y guerra total. Por eso, no hacen bien las acotaciones de tiempo que crispan las sensaciones colectivas y generan incertidumbre y paranoia.
La guerrilla sabe que avanzando el Gobierno incrementa el margen de maniobra, pero la involución lo deja sin alternativas.
Superado el punto de quiebre, la tensión está latente por saber si los voceros tienen el respaldo absoluto y la confianza de sus tropas. De ahí la urgencia en la implementación de la verificación con distintas fuentes de información, vacunadas contra la insidia tuitera y propagandística de las extremas.
Tranquiliza saber que, junto con el desminado en las zonas piloto como El Orejón, Antioquia, están llegando la reparación y la presencia estatal con proyectos de agroindustria, salud, educación, recreación y participación ciudadana.
Inquieta que haya voces amenazantes y titulares escandalosos por presuntas escaramuzas entre insurgencia aún no identificada y Ejército, como ha sucedido en los últimos días en Arauquita.
Por eso el Gobierno debe ser claro en decirle al país en qué van los acercamientos con el Eln, si se unen al proceso, si tendrán mesa colateral o si esperarán para no alargar el acuerdo de La Habana.
Y mientras, más hechos irreversibles de paz y acompañamiento para blindar los diálogos y para calmar los nervios en estos días decisivos.