Por Mario Morales
SI ALGO HABÍAMOS AGRADECIDO AL presidente Santos fue desacostumbrarnos a la política del miedo, a esa desazón permanente, fruto de amenazas abiertas y encubiertas con las que el anterior gobierno manipuló imaginarios, esperanzas y proyecciones del país que queríamos. (Publica El Espectador)
Merced a esa tensión permanente aprendimos a desconfiar de todos y de todo, de los vecinos extranjeros, regionales, y hasta los del barrio, percibidos todos como encarnación misma de una amenaza terrorista.
Esa desazón sigue revoloteando por ahí y a veces anida oronda, como ayer con la intimidante carta-comunicado del senador Uribe a su exsubalterna, María del Pilar Hurtado, en la que la reta a vérselas con él.
La táctica le ha dado resultado, combinada con el desprecio a la justicia y la cacareada persecución contra su núcleo cercano. La prueba es que ya hasta líderes de opinión hablan de hostigamiento, cuando no ha habido más que pequeños avances para castigar probadas empresas criminales.
De ahí a la cultura del miedo, de la que han hablado desde Chomsky hasta Michael Moore, solo hay un paso.
Por miedo construido hay quienes ya aborrecen el proceso de paz. Y eso que las cifras dicen que los insurgentes ahora son solo diez mil.
Por miedo insuflado cercaron a Petro, así no tuviera mucho para dar, como ha quedado claro. Eso del infundado castrochavismo ha surtido sus efectos.
Por miedo inoculado a Clara López se ha inflado la imagen de una de las versiones de Peñalosa. No falta quien extrañe su talante neoliberal y su mano fuerte.
Por miedo compartido, y aquí los medios como en los casos anteriores no pueden esquivar su enorme responsabilidad, se echó por tierra lo poco que había de afecto al transporte público. Algo va de la información necesaria al pánico infundido con el que hoy abren, por rutina y efectismo, algunos telenoticieros y periódicos.
No dejan alternativa… De regreso a los bunkers, al carro blindado y a la seguridad privada… Como hace 14 años.