Por Mario Morales
Si algo en común tienen la percepción popular, la opinión de los líderes y las últimas encuestas, es la caída en picada de la favorabilidad de Enrique Peñalosa, cuyo timing de campaña alcanzó el punto de inflexión en septiembre con las adhesiones de Cambio Radical y los conservadores. (Publica El Espectador)
Ese fenómeno fue un bumerán. Lo catapultó en la creencia de reunir mayorías y, pasada la emoción, lo hala hacia abajo por cargas negativas de avales polémicos en otras regiones y porque terminó de correr al candidato hacia la derecha en el imaginario ciudadano, que lo creía un poco más hacia el centro.
Los puntos que pierde Peñalosa los ganan Pardo y Clara, que también le muerden adeptos a Pacho Santos. ¿Por qué?
Primero, porque “el cambio” prometido no se ve. La estrategia peñalosista de realpolitik (entendida como acomodo a intereses inmediatos en campaña) de desdibujarse en temas espinosos, terminó por hacerlo ver parecido a los otros y contradictorio consigo mismo.
Si va a seguir con el metro, pico y placa, algunos programas sociales por voluntad y otros porque le toca, su distanciamiento radical de los gobiernos de izquierda no es perceptible.
Segundo: obligado como está a asistir a los debates, a riesgo de perder más puntos, demuestra en escena por qué ha sido eterno perdedor en instancias finales: divaga, se dispersa, generaliza, se caricaturiza, no despierta emociones y, en definitiva, no se sabe narrar.
Y tercero, porque, como suele suceder en Bogotá, quienes han ido definiendo su voto en las últimas horas van detrás de relatos verosímiles, coherentes, pero también rompedores, y sus propuestas son planas como la Sabana de Bogotá.
Y, de ñapa, esa frase —eje de su publicidad— de “recuperar a Bogotá” se entiende en varios sentidos, entre los que prima la malicia indígena.
Como están las cosas, vamos para voto-finish; mientras los bogotanos deshojan margaritas entre el despecho por 12 años mediocres de la izquierda y la duda recurrente de estar andando en círculo.