Por Mario Morales
Y entonces uno quiere huir de esa parafernalia del protocolo en que nos metió el presidente Santos con su visita a Londres y se encuentra con esas tribunas atestadas donde se proclama o practica el nuevo deporte nacional, el del matoneo. (Publica El Espectador)
Por eso no es fácil vivir en esta sociedad, si hacerlo significa, representarlo con los modos de decir o los modos de ver que muelen los medios exultados por el boato de la visita presidencial o por el barroco excesivo en los gestos, ademanes y en esa solemnidad tan ajena a este trópico desabrochado que, no obstante, reserva un rescoldo para los suspiros de estas generaciones nuestras criadas a punta de cuentos principescos, heráldicas y blasones. Soñando con lo que no somos, como en las encuestas.
Una paradoja, si la comparamos con ese modo interior, inveteradamente soliviantado y pelión que tratamos de ocultar, pero que termina aflorando ante la menor disputa o el más pequeño disparate. Primero fuimos maestros en la envidia, como dijera Cochise; luego expertos en la criticadera, como lo sabemos todos; pero vamos a graduarnos en el vulgar matoneo que a veces pasa de las palabras a los hechos como lo demuestran esas ocho muertes diarias a cuchillo, casi seis por culpa de riñas.
Y comienza con el terror infligido a personas con orientaciones sexuales distintas en colegios, como se ventila esta semana. O a los que piensan distinto, como ese absurdo ataque de los autodenominados antifascitas contra manifestantes que reivindicaban el No en el plebiscito. O a los hinchas del fútbol como hacen esos vándalos disfrazados de barristas, como los que decían ser del Pereira luego de la derrota en Techo. O de los poderosos, al estilo Uribe, que arremeten contra el periodismo, descargándose en el mensajero. O de los anónimos como tratan de hacer contra la frentera escritora y docente Carolina Sanín.
No, definitivamente no somos los protagonistas de los desfiles en palacios y principados desuetos. Somos estos plebeyos que no nos soportamos unos a otros.