Nunca van a ser una mala noticia una tregua o un cese unilateral del fuego por más cortos o repetitivos que sean.
Ya sea por la posibilidad inmediata de salvar vidas o por la tranquilidad temporal que suscita, el anuncio del Eln se traduce en una pequeña luz de esperanza en estas festividades para los habitantes de su zona de influencia.
No obstante, estos gestos, que antaño fueron entendidos como cuotas en el proceso de ganar confianza con las autoridades y de generar corrientes de opinión favorables, han ido perdiendo fuerza y significado.
No tanto, claro está, para que sean recibidos con tal displicencia, como lo fueron, por el presidente Duque. Es cierto que a esa guerrilla le falta dar pasos más convincentes en relación con el secuestro, por ejemplo; pero recibir con cajas destempladas el anuncio, con el pie de página de que los líderes elenos siguen sentados a la mesa en Cuba, es miope y reiterativo en ese aburrido y peligroso juego de ajedrez en que andan Gobierno e insurgencia.
No se trata de pedirle contraprestación a la fuerza pública en el mismo sentido, sino de liderazgo y claridad del Ejecutivo, como lo pide la Comisión de Paz. Sobre todo, ahora que fue prorrogada por otros cuatro años la ley de orden público que le permite al presidente retomar los diálogos y hacerse a la iniciativa de manera perentoria, en la idea de que cada día que pasa va en contra del proceso y contra los ciudadanos que están en medio.
Tienen razón quienes mantienen prendidas las alarmas por la cooptación de espacios que antes fueron de las Farc, pero también porque, mientras siga vigente, el Eln será una opción preocupante para quienes se desmovilizaron y afrontan el incumplimiento gubernamental de los acuerdos firmados hace dos años.
Sorprende ver la diligencia del Gobierno en asuntos que no son urgentes como el proyecto de las TIC, en contraste con su ya proverbial procrastinación en temas importantes como el de la paz que no se termina de consolidar.