Por Mario Morales

Le ha faltado coherencia  al gobierno Duque en torno a sus acercamientos con el Eln. Una cosa es que haya querido guardar sigilo y confidencialidad en las gestiones de por lo menos cuatro emisarios, y otra que se contradiga y quiera taparlas con mentiras. (Publica el Espectador)

Ese sigilo era comprensible para evitar ruidos innecesarios en las conversaciones preliminares, como para no generar falsas expectativas en la opinión pública.

Era suficiente con que se hubiese desmarcado temporalmente de esas intenciones de dialogar a raíz del inhumano atentado a la Escuela General Santander y el país lo hubiera entendido.

Lo que no puede pasar es que, para generar la idea de firmeza y marcar positivamente en encuestas de percepción, quiera tapar la luz del sol.

Etiquetar negativamente, como se conoce en propaganda política, las gestiones de Angelino Garzón, Everth Bustamante y funcionarios cercanos como Jorge Mario Eastman y Rafael Guarín, si nos atenemos a declaraciones de Pablo Beltrán, genera desconfianza, incredulidad y quita sustento a posteriores intentos tanto en el apoyo popular como de países mediadores.

Como lo piden la Iglesia y diversos sectores, el presidente debe dejar atrás la estrategia lingüístico-política y salirse de denominaciones ambiguas frente a la paz y determinar una agenda con condiciones específicas y delegados responsables alejados de la piromanía verbal del comisionado de Paz. Sobre todo, ahora que el Eln comienza a entender la monumentalidad del error cometido con el atentado terrorista y dice estar dispuesto a renegociar protocolos. Todo ello sin que cese la presión militar del Estado.

El segundo frente que no debe descuidar es el del cumplimiento de los acuerdos con las Farc, que puede degenerar en combustible para las guerrillas marginales.

Y el tercero es desarticular cuanto antes las disidencias, que ya suman 2.700 integrantes, y bandas criminales que se autorrotulan como paramilitares en el Catatumbo, Arauca, Bajo Cauca y el sur del país.

La firmeza está en las decisiones que hay que tomar y en la coherencia con ellas, no en la vocinglería que es efímera e impredecible.

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