Por Mario Morales
Me da mucha pena, como solía decir Juan Manuel Santos cuando era columnista, pero voy a insistir una vez más en que el presidente no es la persona idónea para comunicar lo que pasa en el gobierno. Él y sus asesores deben sincerarse y reconocer que entre el mandatario y los colombianos de a pie no hay conexión. Como no la hay con la estrategia que ha cambiado de manos como una papa caliente. (Publica El Espectador)
Lo demuestran las encuestas de (des)favorabilidad, y lo reconfirma el mismo presidente cada vez que se dirige al país, como sucedió en esos siete minutos desangelados y aburridos de antenoche.
Lo importante no es la forma, me endilgarán. Acordada la indudable importancia de los avances del proceso de paz, aunque sus implicaciones sean debatibles, todo “lo demás” luce desubicado, inconexo y distante. Como por salir del paso.
El discurso fue soso y lento como un informe técnico, sin historia como riel conductor, sin seres humanos como epicentro de la narrativa. Esa estructura es repetitiva y plana, aunada al tono cansino e impostado de Santos, como si no presintiera la diferencia de auditorios con los que compartió ese día: televidentes, líderes gremiales y dirigentes políticos.
No se notó un esfuerzo coordinado ni en el fondo ni en la forma por emocionar y convencer a pesar de que repetía que se trataba de buenas noticias. Los gestos mecanizados, ceño fruncido y el rostro congestionado, con ese aire de preocupación de Santos, contradecían sus frases y sus énfasis.
Ese plano visual de busto parlante no le va, como tampoco, insisto, la escenografía que lo hacía ver encerrado y solitario en su estrecho despacho, con una bandera recogida y un escudo torcido. Las formas también narran.
El presidente debe saber que hay que innovar en relatos auténticos que incluyan la cotidianidad de las gentes, que es tiempo de desacartonarse, de construir imaginarios honestos y de sorprender en cada aparición; pero también de pensar en un vocero que transmita, que cuente y que ilusione.