El solo hecho de haber incluido el orangután con penas a quienes critiquen a funcionarios públicos en el proyecto de ley anticorrupción, más allá de su aprobación, no solo es una amenaza tácita a medios, periodistas y ciudadanos que levantan la voz, sino la evidencia cruda del talante autoritario y antidemocrático de quienes, paradójicamente, están llamados a defender libertades civiles y derechos humanos. (Publica el Espectador)
No es la primera vez, dirán, que desde instancias de poder y el Congreso —que debiera ser lugar de representatividad de voces diversas y plurales— tratan de acallar, con marrullas, veedurías periodísticas y expresiones de los colombianos hoy potenciadas por canales digitales.
Expuesta la farsa de que los legisladores representaban a los que no tienen voz, ahora, cíclicamente, quieren aplastar sus manifestaciones en internet, la protesta callejera y hasta expresiones artísticas que irrumpen en el paisaje urbano para dejar ver descontento, criticar o simplemente para incomodar.
Más grave aún si, como se dice, miembros del Gobierno, partidos afines e incluso por lo menos una de las ías auparon, respaldaron y empujaron semejante estropicio. Uno más en el oprobioso legado con el que escupen en la cara a electores y a quienes aún creen en el cada vez más oscuro sistema político colombiano.
Suma a la desidia legislativa en pandemia el absurdo respaldo a actividades ilegítimas de ministros y colegas, como en el caso de la, increíblemente, presidenta de la Cámara, Jennifer Arias. También, la tomadura de pelo en proyectos de mínima decencia, como la disminución de la vagancia pomposamente llamada receso legislativo, otra de las insultantes prebendas de los mal llamados padres de la patria en tiempos de orfandad, dolor y miseria.
Razones suficientes para pensar en un remezón casi total, aunque excepciones haya. La obvia idea de un simple voto para un gran cambio no tiene buenos augurios si las nuevas generaciones miran estos escándalos con la misma abulia con que asumieron el reto de los Consejos Locales de Juventud. La mala hierba hay que combatirla desde la raíz.