Hace seis años era sólo un proyecto de investigación. Hace tres, cuando llegó al país la versión en español, no era más que una novedad para tecnófilos. Pero desde entonces Twitter se ha venido tomando, como por asalto, todas las instancias de nuestra cotidianidad. El columnista y catedrático Mario Morales le da una mirada a ese mundo que se expresa en 140 caracteres.

Por Mario Morales

Publica Revista Credencial.

(Un Twitter mal interpretado puede dar lugar a malos entendidos que luego son difíciles de remediar)

El rápido crecimiento de cuentas, seguidores, aplicaciones e interacciones dan para pensar, como creen los más optimistas, que en Colombia hay unos seis millones de usuarios, si bien, como sucede en el resto del mundo, cerca de la tercera parte de las cuentas pueden estar inactivas.

Ninguna red crece con el vértigo que lo hacen los trinos, esa metáfora de la inmediatez, la espontaneidad y el tiempo social que caracterizan a Twitter, pensada para narrarse en apenas 140 caracteres. El epítome de la concreción, de lo breve y de lo fugaz.

Esa caracterización, en vez de ser una limitante, representa un nuevo reto en la forma de comunicarse en el nuevo siglo como lo prueba el hecho de que ni celebridades del corte de Shakira o Juanes, o políticos como el presidente Santos, el expresidente Uribe o el alcalde Petro, los periodistas, activistas, artistas y ciudadanos del común se hayan podido sustraer de la atracción que ejerce esa conversa pública potenciada por el creciente uso de tabletas, teléfonos móviles o computadores portátiles.

Y hemos recorrido de manera desacompasada todas las etapas: sorpresa, desprecio, temor, indiferencia, curiosidad, capacitación y especialización ante esta herramienta ―que no un medio― que ha hecho posible el milagro de devolver a la horizontalidad la conversación entre poderosos y ciudadanos, periodistas y audiencias, estrellas del espectáculo y admiradores. Esa relación propicia una retroalimentación en tiempo real que incide en las prácticas políticas, comunicativas y artísticas en la medida en que logran interpelarse mutuamente.

Twitter cambió drásticamente desde que el star system y los políticos abrieron y promovieron sus cuentas porqueentendieron sus posibilidades y sus lógicas; entonces se volvió famoso, comenzó a tener good will y cierta aureola entre las audiencias adultas y pretendidamente cultas.

El contagio por el voz a voz y las experiencias exitosas hicieron el resto; el resultado fue el advenimiento de eso que los teóricos de las narrativas digitales, como Howard Rheingold, habían previsto: las multitudes inteligentes.

Hay nuevas formas de relación entre políticos y electores, nuevas formas de gobernar y hacer campaña, nuevas formas de cubrimiento y acceso a la información, nuevos modos de convocatoria que han suscitado movilizaciones inmensas… Pero también ha servido como plataforma de mercadeo para empresas, marcas y personas que viven de su imagen, de su nombre o de sus acciones. Todo ello ha suscitado nuevos vínculos y análisis y resultados muy diferentes que apenas estamos comprendiendo.

Pero todo cambió…

Al principio Twitter era pura conversa pública, chat en tiempo real. Luego fue forma de expresión de lo que pensamos y después plataforma para narrar los sucesos en nuestro entorno. Cuando las estadísticas reseñaron que la segunda mayor actividad de los cibernautas era visitar redes sociales después de consultar el correo y antes de leer noticias, llegó la fiebre de los seguidores y esa suma se convirtió, al tiempo que en otra hoguera de las vanidades, en el valor central a la hora de clasificar usuarios, grupos o empresas de manera comparativa, aprovechando que las interfaces están concebidas desde el punto de vista de la exposición cuando no de la exhibición. Aparecieron, para goce y envidia de unos y otros, las mediciones y clasificaciones.

Hoy, detrás de cada trino, de cada nuevo follower, de cada mención, de cada hashtag o etiqueta de un tema público, o de cada retweet o reenvío de un trino de otro, estamos construyendo una imagen que nos ‘vende’ en el ciberespacio, que nos ubica en un escalafón volátil que se ha convertido en una espiral de vértigo para quienes viven de esa imagen pública, como los políticos, los periodistas, los activistas, los empresarios de todos los niveles y hasta quienes lo hacen por engordar su ego.

Desde el avatar, concebido como una foto o una figura representativa, el perfil biográfico o los enlaces hasta el número de seguidores o de menciones, frases geniales, axiomas o aforismos van constituyendo un capital simbólico con el explícito propósito de seducir. En esa dirección subsisten algunos de esos escalafones que miden de manera exclusiva la cifra de followers. Ese fenómeno de usuarios fantasmas, procurados por robots o por intermediación monetaria, ha sido motivo de denuncias y escándalos, incluso a través del mismo Twitter entre empresas comerciales, marcas, campañas políticas y candidatos en elecciones cruciales.

Por eso los expertos prefieren clasificar a los usuarios, antes que por el número de followers, por otros factores que ayudan a construir la reputación, el valor más codiciado de un usuario en las redes sociales, es decir, su imagen pública, su valor social. La audiencia es necesaria pero al mismo nivel se miden la interactividad y los efectos de cada trino, a través de los modos de compartir enlaces o contenidos, la conversa pública y ese oído permanente para establecer los trending topics o temas de moda.

Las métricas que se han venido implementando buscan establecer si hay transmisión de valor desde lo que trina un twitero a su comunidad. Klout.com, por ejemplo, establece parámetros para medir la influencia con base en el alcance de los mensajes, la difusión de los mismos y la importancia de los seguidores.

Antes sonaba poético. Se decía que Twitter era así como la vida: espontáneo dialógico y experimental. Y así fue o trató de serlo. Pero con la profusión de contenidos, la llegada de más personalidades a la plataforma y la referencia permanente a lo que allí ocurre, uno a veces llega a pensar que Twitter es la vida misma.

3 nuevos escenarios

La Tweetpolítica: el nuevo contacto con los votantes

Si bien algunos políticos colombianos han entendido la lógica de diálogo o y debate por Twitter, la mayoría mantiene el nivel vertical de los medios analógicos en tanto que lo utilizan sólo como una herramienta de emisión y no de doble vía. Aprovechan la importancia de sus seguidores para expresar opiniones que tengan eco nacional, pero no oyen.

La experiencia ha enseñado que una cosa es la red social en la candidatura en busca de apoyos y adeptos, y otra la red social para ejercer el poder. Si creemos que comunicar es gobernar, Twitter cumple de manera eficiente con esa labor directa ―sin medios ni mediaciones― de interactuar con el ciudadano. Su dificultad nace cuando no hay procesos o hechos cumplidos, lo que puede generar confusión, desgaste o una imagen de indecisión o carente de convicciones. Una cosa es decir o debatir en la red y otra muy distinta es decidir al calor de las controversias.

El contacto directo con las audiencias, como entendió el presidente Obama, que al comienzo de su gobierno había suspendido ruedas de prensa, no debe ser excluyente con otros medios o periodistas que tienen la capacidad de avalar contenidos de calidad. Por otro lado, la red le abre espacio a la veeduría ciudadana, al escrutinio público y a la posibilidad de crítica.

Un Twitter mal interpretado puede dar lugar a malos entendidos que luego son difíciles de remediar. El manejo personal de la cuenta o por parte de allegados adquiere entonces un carácter de profesionalismo que se pone a prueba en cada trino.

El Tweetperiodismo: muuuucha información

Twitter le ha servido al periodismo de manera eficiente en el feedback con sus audiencias, en la interacción con ellas, a veces asumidas como fuentes y también para establecer tendencias, intereses, corrientes de opinión o de carácter informativo.

En las actuales condiciones de acumulación informativa, la figura del periodista recobra su valor proverbial, en tanto que la sociedad requiere de quien le sistematice, jerarquice, enfoque y le ayude a entender lo que está sucediendo, de manera profesional.

También ha resultado efectivo en la labor de difusión de contenidos, eventos o coyunturas en aras de alcanzar, en esa constante pelea con el tiempo, la calidad periodística.

El Tweetciudadano: un hombre común… con voz

Ya parecen insuficientes los nombres y apellidos. Ni siquiera acompañados de un documento de identificación. Poco a poco nos hemos venido colgando perendengues que hablan de nuestra ubicación, de la forma de encontrarnos, de relatarnos, de contarnos como somos, como aparentamos ser, como queremos ser vistos o como queremos proyectarnos. Por eso vamos incorporando a nuestras señas de identidad números celulares, pings, cuentas de chats y de redes sociales como Facebook y Twitter. Con ellas el ciudadano tiene voz, a veces más potente que la de los líderes de opinión. Con las redes sociales el ciudadano ‘cuenta’ en todos los sentidos del término; tiene un nuevo poder que está aprendiendo a manejar y hay que escucharlo. En esa conversa se están gestando los nuevos modos de decir y los nuevos relatos que hablan de de lo que somos y de lo que pensamos.

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